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Publicado por
RAMÓN PI
León

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LA FOTO del Papa con tricornio era de portada. Eso estaba cantado. En cuanto vi por la televisión al Papa el miércoles en la audiencia general de costumbre recibiendo un tricornio que le ofrecía un guardia civil y probándoselo entre aplausos y sonrisas, supe, como todos, que las primeras páginas de los periódicos españoles llevarían la foto. Fueron sólo unos segundos, pero el fotógrafo estaba allí. Y hay que decir que, después de las lógicas vacilaciones, Benedicto XVI atinó hasta en el grado de inclinación de la prenda de cabeza, cerca de las cejas, tapando la frente, y no casi en la coronilla como hacen muchos actores que se han fijado poco. Desde este punto de vista, el tricornio es como la montera: ha de ir bien calado. En los habituales resúmenes de prensa radiofónicos, también era inevitable que saliera algún ocurrente, haciendo la gracieta de que al Papa le sentaba el tricornio mejor que a Tejero. Reducir el valor simbólico del tricornio, a Tejero es una zafiedad, que hasta podría resultar ofensiva a más de un guardia civil si no se tratase de un comentario menor y, supongo, sin mala intención. El tricornio tiene una historia con muchísimas más luces que sombras. Pero como estamos secuestrados por los dogmas de la corrección política, resulta que esta prenda debe quedar reducida a los versos de Lorca, las imágenes del esperpento del 23-F y la obsesión de los «intelectuales y artistas» por dar de ella una imagen antipática o ridícula en escritos, cuadros y películas. Ay, los «intelectuales y artistas», menuda tropa.

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