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Publicado por
MANUEL ALCÁNTARA
León

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HAY UNA edad para leer a Agatha Christie, esa astutísima señora inglesa cuyas cifras de venta sólo han sido superadas por la Biblia y por Shakespeare, y hay otra edad para hacer ejercicios espirituales, que suele coincidir con la que se hacen imposibles cualquier otra clase de ejercicios físicos. Cada época tiene su afán, que decían los latinos. «¿Pero usted viaja todavía?», le preguntó a no sé quién la Sagan. Eso de trasladarse tiene también su tiempo. Llega un momento en el que los recorridos más largos son en torno a una butaca y en que el cuarto de estar se convierte en el cuarto de ser. Ahora se han puesto incomodísimos los viajes en avión. Todo el que vaya a un aeropuerto se convierte automáticamente en un sospechoso, aunque sólo sea por el hecho de no infundir la menor sospecha. Hay detectores de metales y al parecer también de mentalidades. Si alguien es decididamente moreno puede confundirse rápidamente con un líder de Al Qaeda, sobre todo si viaja en clase preferente. Las inspecciones son tan minuciosas que, cuando concluyen, usted piensa que si hubiera ido en coche ya iría por Puertollano. Anteayer se enriqueció el catálogo de engorros con un drama. Un sheriff aéreo mató en un avión en Miami a un pasajero. Gary Cooper que estás en los cielos, que decía aquella irrepetible criatura que fue Pilar Miró. Agatha Christie escribió una enrevesada e ingeniosa novela a base de un asesinato a bordo. Esta vez el muerto resultó que era un enfermo mental que aseguraba que llevaba una bomba. «No dispare, que está majara», dijo su mujer, pero el sheriff desenfundó rapidísimamente. Quizá hace falta estar un poco loco para viajar en estos momentos. Nadie se fía de nadie que comenta el error de meter las manos en su bolsa de viaje. Puede ser alguien que lleve guardado un bocata pero también que lleve oculto un explosivo junto al Corán. Como en casa de uno en ninguna parte.

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