Diario de León
León

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CADA año, por estas fechas, nos acordamos de la pobre gente pobre. El pobre es un arquetipo de la Navidad. Recordarlo es parte de la dosis de mala conciencia que insufla la cultura judeo-cristiana para contrarrestar la sobredosis de felicidad que se supone a la celebración del nacimiento del Mesías. Se recogen juguetes para los niños y niñas pobres -no sexistas, Cruz Roja tiene ese detalle igualitario-, se hacen reportajes sobre los sin techo -cada vez más jóvenes-, de las mujeres de más de 65 años que viven con menos de 400 euros -una de cada cuatro- y se publican las encuestas del INE que, con cifras contantes y sonantes, radiografían la pobreza por comunidades autónomas. Pero ni en el norte ni en el sur se toman medidas para acabar con la pobreza. Se justifica con los parches que heroícamente ponen las oenegés -antes asociaciones de caridad- aquí e intentan poner allá, en el sur (www.pobrezazero. org). Para el norte rico y desarrollado hay una corriente que empieza a cuajar tímidamente: los ideólogos de la renta básica universal. Una especie de salario mínimo al que tendría derecho desde Botín hasta el último «sin techo» de la ciudad, que en ningún caso daría para lujos. El nuevo pensamiento choca, plantea muchas interrogantes pero ya fluye por las corrientes de la economía, que penaliza a los agricultores que producen mucho, pero no pone límites al crecimiento del capital. Parece cosa de utópicos, pero la comisaria Fisher quiere implantar una renta garantizada entre los agricultores como alternativa a las ayudas de la actual PAC.

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