Diario de León

TRIBUNA

Por la igualdad de sexos

Publicado por
JOSÉ ANTONIO PANERA BERMEJO
León

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MACHISMO y feminismo son dos conceptos que desde muy joven, me han hecho meditar mucho y debo reconocer que mis opiniones han variado a lo largo de las diferentes etapas de mi vida. En un principio y hasta el día de hoy, rechacé y rechazo el machismo porque me parece una manera de dominación injusta y a veces cruel del hombre sobre la mujer en unos casos y en otros un aprovechamiento social por parte de la mujer de su inferioridad fingida, para adquirir el privilegio de ser «señora de¿», siempre que el «de» merezca la pena. Sobre esto creo haberme expresado con claridad y que la gran mayoría de los lectores rechazan dicho concepto y huyen de él. Pero el feminismo es más complicado, porque es un concepto más nuevo, producto de los cambios sociales tan vertiginosos de los últimos tiempos. Dada la evolución de nuestra sociedad, de los roles cambiantes de hombres y mujeres, y de las tendencias actuales referidas a los sexos. Yo me consideraba feminista porque siempre me pareció injusto que todos hombres y mujeres tuviéramos los mismos derechos, nos pudiéramos proponer los mismos objetivos. Veía como heroínas a las mujeres que estaban en la lucha activa en el feminismo, aunque éste tenga un largo camino y hayan tenido que vencer multitud de trabas e inconvenientes impuestos por siglos de dominación machista. En menos de un siglo hemos conseguido la incorporación de la mujer al campo laboral, ya no hay profesión que no pueda ejercer una mujer, aunque debemos reconocer que en materia salarial, no hemos conseguido la igualdad en algunas profesiones, ni tampoco a nivel de altos cargos. Pero se va abriendo camino y esto y seguro que todo se andará. También los hombres hemos conseguido avances en el campo de la familia. Lo que hace medio siglo era impensable hoy ya es un hecho, muchos hombres hemos tenido el privilegio de pertenecer a la primera generación de padres responsables de sus obligaciones familiares en el hogar, hemos arrullado a nuestros hijos, cambiado sus pañales, vigilado su fiebre, cuidado de su salud, alimentado, jugado con ellos, paseado por los parques infantiles en su compañía, atendiendo las tareas de la casa y frecuentado el supermercado. Todo ello en igualdad, sin sacrificio y sobre todo con la inigualable experiencia de la paternidad responsable. Quehaceres que las mujeres han disfrutado de siempre. Yo con mucho orgullo recogía a mis hijos de la guardería o del colegio y les daba la merienda en el parque rodeados de mujeres que entre susurros decían «mira, viene siempre a recoger al niño», «yo también le veo en el parque», «qué raro, ¡ya podía hacerlo el mío!» y algunas se atrevían a preguntar: «¿Qué, tu mujer, trabajando?» pues no. Pero a mí la sonrisa de mi hijo al salir del colegio o en cualquier otro momento me producía un placer muy superior a cualquier otro convencionalismo. Eso pensaba yo que era feminismo y estaba convencido de estar en sus filas. Hasta que, como consecuencia de la separación de mi esposa, descubrí que todos mis privilegios en la custodia y cuidado de mis hijos dependían de la relación que tenía con una mujer, la madre de mis hijos. Sin ella, en el hogar yo no era nadie. Yo sólo era un padre modelo porque vivía con ella. Con la separación de mi mujer, me quedé sin hijos a favor de su madre, sin ninguna alternativa, sin casa y sin dinero, me privaron de mi libertad de utilizar el dinero que yo ganaba para atender a mis propios hijos y se lo dieron a su madre. Por el único delito de ser hombre, la separación me arrancó de cuajo todo por lo que vivía y mi estilo de vida. Después de todas estas desigualdades, decidí que ser feminista o era deplorable o yo no entendía el adjetivo, porque a día de hoy los colectivos feministas están enfrentados de manera visceral a toda posibilidad de integración del hombre en el hogar, están copiando todos nuestros errores, al rodearse de tantos privilegios en detrimento nuestro, de los derechos de los hombres. No me parece una opción justa, me resulta discriminatorio y tirano que desde las instituciones se fomente el maltrato a los hombres separándonos de nuestros hijos, a favor de las mujeres, no permitiéndonos atender sus necesidades directamente con nuestros recursos sin motivos ni razones. Solamente por nuestra condición masculina. Eso sin el daño que hace a los niños que de una manera clara y tenaz les enseñan, ya desde muy pequeños, a que sus padres, de ninguna manera, tienen los mismos derechos que sus madres; que sus madres, por razón del sexo, tienen derecho a más protección y crean organismos específicamente dedicadas a ellas y que sus padres, por naturaleza, pueden ser maltratadores o algo peor. Como si ser madre fuera un estado de gloria y ser padre un accidente que la justicia pueda rectificar. Me gustaría que nuestros gobernantes pusieran el mismo interés en aplicar la discriminación positiva, tanto para que haya tantos ministros como ministras, como para que haya tantos padres como madres separados con la custodia de sus hijos, o mejor aún que, de una vez por todas, se haga justicia y la custodia compartida sea un hecho en nuestro país y no continúe el goteo diario de niños que se quedan sin padre por este motivo, ni nos confundan a los padres desposeídos de nuestros hijos con enfermos violentos o criminales en los juzgados de violencia doméstica.

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