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Publicado por
JOSÉ A. BALBOA
León

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UTILIZANDO como argumento de autoridad el concepto de nación de Stalin -»autor libre de ofuscacións filosóficas (...), que no problema das nacionalidades abraza, con decisión, o ideal patriótico da libertade»- se preguntaba Castelao, padre del nacionalismo gallego, en su libro Sempre en Galiza, si Galicia era una nación. Respondía, evidentemente, que sí, pues tiene todos los ingredientes (idioma, territorio, vida ecómica, hábitos psicológicos, etc.) que aquel autor exigía para ello. «¿Ten Galiza un territorio propio?». Nadie puede negarlo. Galicia es una entidad étnica de difícil reconstrucción política; pero «con todo, é doado esperar que o Bierzo e demáis comarcas limítrofes de Ourense e de Lugo, se incorporen a o seo da súa nación natural e que o tempo -gran curandeiro dos erros hestóricos- posibilite a reconstrucción total da nosa unidade». Como se ve, para el nacionalismo gallego, el Bierzo forma parte de la nación natural gallega. El vigente estatuto de autonomía, por el contrario, dice en su artículo 2° que «el territorio de Galicia es el comprendido en las actuales provincias de La Coruña, Lugo, Orense y Pontevedra». Eso ya no les basta, hay que avanzar un poco más, como vascos y catalanes en sus proyectos de reforma. Socialistas y nacionalistas no miran el futuro, vuelven una y otra vez en busca de su legitimación a los tiempos duros de la República. Reivindican su carácter nacional y que su territorio se amplíe a otros ámbitos cercanos. Le toca ahora a Galicia, que reforma o transforma su estatuto, y en donde los socialistas, en minoría, gobiernan con el apoyo de los nacionalistas del Bloque, que exigen no sólo la inclusión del término nación, sino que, en una disposición transitoria, plantean que las localidades vecinas de Asturias y Castilla y León, expresamente el Bierzo, puedan incorporarse al «seno de dicha nación». Frente a estas reivindicaciones y proclamas nacionalistas, uno está tentado a cuestionar los lazos históricos del Bierzo con Galicia. Sería una falsedad por mi parte, pues entre ambas hay muchos y poderosos lazos por siglos de convivencia, en los que sus gentes han anundado relaciones económicas y sociales muy duraderas y provechosas, con el hierro y con el vino; también la pertenencia del Bierzo y parte de Orense a la misma diócesis asturicense. Otra cosa diferente es plantear si el Bierzo ha estado jurídica o administrativamente unido a Galicia. Hay que responder que no. El Bierzo es una comarca con unos límites muy definidos desde la alta edad media respecto a todos los territorios vecinos, pero desde esa misma época ha formado parte sin solución de continuidad del Reino de León. El Bierzo ha sido siempre leonés y, con pocas excepciones, los bercianos nos sentimos leoneses y no gallegos. Parece que el problema es la lengua. En El Bierzo Oeste hay habitantes que hablan gallego en su forma dialectal berciana; esto es evidente. Su número es reducido pues toda la población de esa zona de montaña no alcanza los ocho mil almas. Hablan gallego y esto siempre nos ha parecido a los bercianos un bien cultural que hay que proteger, pues es un signo de nuestra identidad fronteriza; pero la lengua no cuestiona en absoluto el carácter berciano y leonés de sus habitantes. Si el problema es la lengua, desde una postura nacionalista leonesa, como hacen los de otras latitudes, lo que debería hacer la Junta de Castilla y León no es protegerla y enseñarla en la escuela sino prohibirla. ¡Muerto el perro se acabó la rabia! Esta sería la consecuencia lógica de pugnas entre nacionalismos. Pero es una aberración. La lengua no es necesariamente un signo de nacionalidad sino un medio de comunicación, y por tanto en el Bierzo se puede seguir hablando gallego y protegiendo esa variante dialectal sin por ello cuestionar su pertenencia a León. Lo que hemos de hacer es rechazar el nacionalismo imperialista, y oponernos con todos los medios legales a que tal reforma estatutaria se lleve a cabo en esos términos. ¡Buena la has armado Zapatero!.