EL RINCÓN
Van a faltar mantas
HAY QUE hacer algo, a condición de que sea distinto a lo que se ha venido haciendo. ¿Quizá que el carné de conducir se expida con la aquiescencia de un psiquiatra? ¿Acaso que se les prohíba a los fabricantes de coches vender bólidos ligerísimos de vuelo rasante? Lo que está claro es que ya son demasiados los fines de semana que coinciden con el fin de la vida para muchos españoles y que tomarse unos días de descanso equivalen a descansar en paz. El largo puente de la Constitución que acabamos de atravesar ha llevado a cerca de un centenar de personas a amarrar su barca en la otra rivera, pero la cifra es modificable, ya que aún no se sabe la luctuosa contabilidad final. Los expertos creen que superará los cien muertos. Muchos muertos, sin contar parapléjicos, que es una forma doliente de morir a plazos. No nos podemos resignar a que meterse en un utilitario para cambiar de paisaje sea tan peligroso como meterse en un tanque para cambiar de régimen a Irak. Hay que insistir hasta ponerse pesadísimos en que es urgente lograr que cese de una vez este gran disparate de la vida española. ¿Quién no tiene un familiar o un amigo que murió cuando rebosaba salud en la carretera? También se reclutan ya víctimas en las ciudades. Para terminar así, entre veloces metales retorcidos, no hace falta tener mucha prisa: basta con que la tenga el conductor de enfrente. No siempre tiene la culpa la velocidad, que también ha salvado muchas vidas, sino el alcohol, que ha ayudado a soportar esa vida en otras ocasiones. Hace falta ser un cretino terminal para creer que se conduce mejor con unas cuantas copas. Hay que tomárselas cuando conduzca otro, preferentemente alguien que lleve algunos años siendo abstemio y que no mire el reloj a ver cuánto se tarda en el viaje. Estamos batiendo nuestra propia plusmarca de insensatez. Carretera y manta. A este paso van a faltar mantas.