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FERNANDO ONEGA
León

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CUANDO escribo esta crónica, Rodríguez Zapatero acaba de entrar al «escenario del crimen»: el Consejo Europeo que debe aprobar el presupuesto de la Unión 2.007-2.013. Las caras son largas y reflejan inquietud y esceptic ismo. Las cuentas de Tony Blair sólo complacen a británicos. El fantasma del veto recorre aquellas estancias y sólo una perspectiva anima el horizonte: todas las negociaciones presupuestarias comienzan así. Nadie acude a discutir de dinero ni rendido de antemano, ni con apariencia de aceptar lo primero que le ofrezcan. Sólo varían los tonos de rechazo: hay quien pone por delante la amenaza de veto y quien, como Zapatero, admite que la oferta de Blair es «un paso», aunque todavía no aceptable. Nuestro presidente se enfrenta a un doble desafío: defender el dinero de España y ganar la opinión pública dentro del país. No sé qué reto es más difícil. Si conseguir una mayor cantidad de dinero se antoja casi imposible, volver a España como triunfador parece una utopía. El PP se ha erigido en vigilante exigente y presentar como un fracaso cualquier resultado es demasiado tentador para quien, al decir de Carod-Rovira, tiene «acollonits» a los socialistas. Un exiguo resultado de los fondos sería la clave del arco para apretar más el nudo que han puesto en torno al cuello de este gobierno. En ese ambiente, se agradece que Mariano Rajoy haya puesto un baremo para efectuar el juicio: que la contribución española al presupuesto de la Unión sea el que corresponde a nuestro PIB. ¿Qué sentido tiene esta exigencia? Que el PIB español supone el 8 por 100 del total europeo, pero el coste de la ampliación le supondrá a nuestro país un 25 por 100 de la contribución total europea. Por mucho dinero que consigamos -siempre una cantidad mucho menor que la disfrutada hasta hoy--, esa desproporción nunca podrá ser aceptada ni entendida por el contribuyente español. Y no nos engañemos: ése será el argumento que usará el Partido Popular, porque ya lo utilizó ayer Mariano Rajoy. Es una estadística, y las estadísticas se pueden usar como las encuestas: a gusto de unos y en perjuicio de otros. «Con las estadísticas se puede justificar todo», decía ayer Joaquín Almunia. Pero ese 8-25, presentado como si fuera el resultado de una competición, tiene una fuerza mediática que el gobierno difícilmente podrá contrarrestar. Así comienza el «baile de Bruselas». Queda abierta la expectación. Con pocas armas en su mano, con las razones limitadas por nuestra realidad económica, y con una imagen que no le presenta como un duro negociador, Zapatero está ante la mayor batalla exterior de todo su mandato. Lo malo es que cuando la termine le espera otra más cruenta: la batalla interior.

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