A CAMPANA TAÑIDA
Reivindicación del maestro
LEGISLAR en clave farisea. La LOE entra en su recta final. Mucho diálogo, mucha consulta y mucho talante, pero el gobierno no ha modificado sus postulados doctrinales. Ha sacado el doberman de la amenaza a la escuela pública, pero eso ya no se lo cree nadie. He llevado siempre a mis hijas a centros públicos de enseñanza. Maravall, que fue ministro de Educación no, llevaba a los suyos a un colegio alemán que no era ni concertado. Para el autor de la Lode era la peor propaganda. Ahora consagran el derecho de huelga de escolares. Queda muy democrático, pero cierran los ojos ante el acoso escolar: menores que se ensañan con otros, los filman mientras los apalean; menores que se suicidan porque no pueden aguantarlo más. Maestros que caen en depresiones, que se jubilan en cuanto pueden, asqueados de una profesión, probablemente la más excelsa de todas, que se está convirtiendo en insoportable. Hay que reivindicar la figura del maestro/a, entendido genéricamente, desde preescolar hasta el bachillerato. Porque lo están machacando, triturando y despanzurrando en su actividad profesional, que es la guía de su alma. No tiene autoridad porque se la han quitado. También, porque los padres no han enseñado a sus hijos a respetarle y a agradecerle una labor abnegada y mal pagada, ejercida honestamente por delegación de los propios padres. Cuando hay conflicto, el maestro es el culpable. Se le presenta como explotador de sus alumnos. No hay derecho. Esto tiene que acabar, ya. Una nueva ley sería la ocasión más propicia para dotar de autoridad y de consideración social a la figura benemérita del maestro o maestra. También debería hacer habitables los centros de enseñanza, en vez de transformarlos en algo parecido a la Comisaría de Fort Apache. Antes se practicaba eso de «la letra con sangre entra» y se pegaba de lo lindo a los escolares. Cuando fui niño y no tan niño, me pegaron muchas veces como a todos, unas veces con razón y otras sin ella. Pero tales excesos no me impiden -de manera general- estar reconocido para siempre a la labor que hicieron conmigo quienes me educaron, por vocación, con abnegación y con un sueldo miserable. ¿Cómo se evitan los casos confesados e inconfesados de acoso escolar?, ¿cómo se evita que el maestro se desmorone por dentro, que adquiera primero decepción, luego temor y al fin asco por su profesión? No me pagan a mí para dar soluciones. Expertos hay, que los escuchen, y que escuchen sobre todo el ruido de la calle. Hasta han quitado los signos públicos de reconocimiento del Día del Maestro. Por los medios nos hemos enterado que el gobierno ha concedido una gran cruz al catedrático leonés Dionisio Llamazares. Me alegro y le felicito. Lo que no me parece de recibo es la Orden de 18 de octubre de 1983, que tengo delante, por la que el ya citado ministro Maravall, suprimió la mención al Mérito Docente de la Orden de Alfonso el Sabio, así como la concesión de condecoraciones con motivo del Día del Maestro. Ya sabemos que estas recompensas no traen dinero, pero valen más: suponen el reconocimiento de todos en el ejercicio de una profesión a la que han privado de la estima social que merece. Es casi un sacrilegio.