LA VELETA
En el entendimiento
LOS NACIONALISMOS aprietan, pero no ahogan, aunque a veces produzcan síntomas más bien virtuales de asfixia. Parecía hace sólo dos años que el plan Ibarretxe iba a inaugurar en España el caos de la disgregación territorial y bastó un pleno parlamentario para que ese proyecto soberanista regresara a su lugar de origen, donde poco después unas elecciones autonómicas lo convirtieron en papel mojado. También la propuesta estatutaria del Parlamento catalán ha encendido todas las señales de alarma en el centro-derecha español y en un sector muy apreciable del socialismo gobernante. El PP anuncia así que la unidad de España está en peligro, y barrunta su fragmentación, mientras que los jacobinos más acendrados del PSOE sostienen, aritmética en mano, que unos miles de ciudadanos periféricos, refiriéndose especialmente a ERC, no deberían imponer sus criterios a más de veinte millones de compatriotas. ERC apoya parlamentariamente al Gobierno del Estado tanto como políticamente lo deteriora, y en el deterioro se luce de manera insistente Carod-Rovira, cuya locuacidad suele tender a empeorar las cosas. Tampoco el president Maragall se lo pone fácil al presidente Zapatero. Pero ayer se produjeron dos noticias, o noticia y media, que vendrían a demostrar que los nacionalismos, por mucho que aprieten, al final no ahogan. El PSE-PSOE retiró en el Parlamento de Vitoria su enmienda a la totalidad de los Presupuestos del Gobierno vasco para el 2006, lo que abría paso franco a su entrada en vigor, y en Barcelona declaraba Maragall que a finales de año será una realidad el acuerdo sobre el proyecto de Estatut entre los cuatro partidos catalanes que lo avalan -PSC, CiU, ERC e ICV- y el Gobierno central. Si el knock out parlamentario y electoral del plan Ibarretxe dibujaba en Euskadi un nuevo escenario político, ayer se vio en él una escena que nadie imaginaba desde 1998, cuando los socialistas salieron del Gobierno vasco por sus pactos con ETA. La realidad nacional, o España como realidad viviente, es más fuerte de lo que a veces piensa la derecha, y es desde luego más fuerte de lo que imaginaba el plan Ibarretxe o parecían soñar hace unos meses, sin demasiada convicción, eso sí, tanto ERC como CiU, ese nacionalismo pospujolista que renace en Artur Mas. Maragall puede pecar de optimismo al garantizar un acuerdo estatutario para finales de meses, cuando el día 27 se cierre el plazo de presentación de enmiendas. Pero lo contrario sería la consumación del pesimismo, un embrollo parlamentario en comisión y la posibilidad derivada de que Cataluña no dispusiera en muchos años de un nuevo Estatut.