DESDE LA CORTE
El cheque y el «feo» de Chirac
NUNCA DIGAS «de esta agua no beberé». Ni siquiera si eres tan poderoso como Tony Blair. Cuando las misiones nacionales de Europa llegaron a Bruselas, el portavoz británico anunció lo de las lentejas: esto es lo que hay, y nadie lo cambiará. Se refería a la segunda oferta de la presidencia de turno para aprobar el nuevo presupuesto de la Unión. Y han tenido que ceder y presentar un nuevo proyecto, porque había conseguido levantar al resto de los países en su contra. Ayer ha sido un día de nervios, de constante y larga espera, de retraso tras retraso, mientras Blair y su equipo redactaban un nuevo documento. Y en medio, España, con un Zapatero vigilado por la oposición y la opinión pública, para descubrir la capacidad de presión de un hombre al que se dio fama de no saber decir no. Iremos conociendo poco a poco los aspectos íntimos de esta negociación, pero, cuando se aguarda el resultado final, nos quedamos con un desigual sabor de boca: ha defendido en lo posible las aspiraciones españolas, como no podía ser de otra forma, pero Chirac nos hizo un tremendo feo: ha negado que se aliara con España, y prefirió demostrar que se ha unido a Alemania. Debe ser por el mal recuerdo de la alianza franco-española en Trafalgar¿ Cuando escribo esta crónica, el tema de confrontación es el cheque británico; «mi dinero», que dijo la señora Thatcher en sonada ocasión. Parece indiscutible que una Europa que se aprieta el cinturón y que tiene que repartir recursos con más países no puede sostener de forma indefinida una aportación tan grande a un país rico como el Reino Unido. Blair quizá no pueda volver a Londres habiendo entregado lo que Thatcher ganó; pero el mantenimiento sin fecha tope de esa cantidad es un agravio para los demás contribuyentes netos y una mala tarjeta de presentación para los demás líderes en sus respectivos líderes. Por mi parte, querido lector, hoy no puedo hacer otra cosa que aplazar mi opinión. Me quedo agarrado al clavo del optimismo que ha transmitido Chirac. Pero, después de escuchar en la radio a Pedro Solbes, casi debo pedir perdón por haberme prestado estos días a servir de correa de la expectación. ¿Sabéis por qué lo digo? Porque nos hemos entretenido en los 500 millones de euros que separan la oferta de Blair de lo rechazado en Luxemburgo, y no nos hemos preocupado de los sesenta mil millones que Europa nos aporta en varios conceptos. Hemos hecho un drama de esa cantidad, al tiempo que el descontrol de los precios suponía pagar más del triple a nuestros pensionistas: 1.817 millones de euros. Y lo más tremendo: a lo mejor se pide la cabeza de Zapatero por esos cientos de euros, pero nadie la pedirá por el enorme quebranto de la inflación.