Doña Leoni

ASEGURAN LOS PSICÓLOGOS que la infancia traza y colorea el mapa de la existencia adulta. Etapa en la que según refleja la titulada Escuela de Condiciones de Vida, uno de cada cinco españoles está por debajo del umbral de la pobreza, condenados a un pasar plagado de estrecheces y a convertirse, en ciertos casos, en la típica carne de cañón. No es el caso de la infantita doña Leonor, a quien los fotógrafos ya han inmortalizado recorriendo una de esas grandes superficies que son iconos del bienestar. Al fin y al cabo, se trata de una privilegiada que ha llegado de visita al mundo entre la andanada habitual de salvas y loas que semejantes partos de relumbrón traen consigo. Su alteza¿ -o mejor dicho, su bajeza en estos momentos-, ha sido agasajada como es de ley, con una catarata de regalos y delicados caprichos estéticos. León, vieja cuna de reyes aureolada con el glorioso polvo de la historia, no se iba a quedar atrás en cuanto a largueza en el bonito detalle social del regalo. Así que echando mano a los recursos propios, que también los tenemos, las autoridades capitalinas han encargado a la sección de joyería de la escuela de oficios un lindo prendedor para la melena, cuya belleza parece ser que estriba tanto en la sencillez como en la originalidad. Un ardid de seducción imbuido de cierta sobria elegancia pero que supongo no entusiasmará precisamente a doña Leoni, tal como se la conoce familiarmente, pues dicen que su estado de ánimo actual tan sólo oscila entre el gruñido y el puchero. Ya llegarán más adelante los apremios de la edad y esa sabia reflexión sobre la idoneidad en los obsequios: sé práctico, regala un ataúd.