Diario de León
León

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ENTRARON en el cajero donde la indigente dormía y la prendieron fuego.  Ni siquiera han vivido una larga existencia, son tan jóvenes que a poco que restes de su biografía los devuelves a la infancia. Pero en alguna parte de su camino, de ese breve camino, algo se torció y se convirtieron en cazadores de pobres, de aquellos que ni siquiera tienen una madriguera en la que esconderse o pasar el invierno. Y se adentraron en el horror, no sé si negando las lecciones aprendidas o limitándose a seguirlas. Al ser detenidos lloraron y declaraban que sólo pretendían divertirse.  Los monstruos tienen esa viscosa normalidad bajo la que se ocultan las ciénagas del odio. La víctima, hija de leonés, con una historia de penalidades y lágrimas detrás, había sido una valorada secretaria de alta dirección hasta que las drogas la deslizaron del todo a la nada. Ni en sus más negras reflexiones  debió de haber imaginado ese final. A ellos les gustaba orinarse encima de inmigrantes y mendigos, según han declarado quienes les conocían. Miro a mis hijos y me deseo que nada puedan conseguir en sus vidas más elevado que ser buenas personas, pues no hay rango más alto en el escalafón de la condición humana.  Y es que, pese a lo incomprensible del siniestro suceso, el amor sigue siendo más misterioso y complejo que esa obscena obviedad del mal. Pero nos engañaremos si creemos que se ha tratado de un hecho aislado. No es la primera vez, ni será la última. Vienen tiempos difíciles, y esos tres jóvenes no son los únicos cazadores. Tres monstruos que no hace mucho eran niños.

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