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Publicado por
FEDERICO ABASCAL
León

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NADIE IGNORA que al despacho del Rey llega una información minuciosa, casi exhaustiva, de lo que sucede en España, y como el destino de toda información es verse procesada, lógico es suponer que don Juan Carlos I procesa tanto la que alcanza su mesa como la que él mismo se encarga de obtener. Y como el Rey carece de lazos de obediencia a cualquier ideología política, o de intereses políticos sectarios, su análisis anual de la situación española puede considerarse un informe valioso y depurado, en el que las advertencias y consejos, a ciudadanos y políticos, pasan más desapercibidos en tiempos de serenidad y bonanza que en momentos de enervante crispación y de confusión política, como el que vivimos. El Rey no sólo observa desde hace meses con natural preocupación el enzarzamiento entre los dos partidos mayoritarios, del que una parte desearía lograr que el presidente del Gobierno apareciera ante la sociedad como un tontaina sin meninge de repuesto, sino también las discrepancias de gran calado entre quienes se han comprometido con la reforma estatutaria de Cataluña. Al inquietar seriamente a muchos españoles la actual situación política, don Juan Carlos ha reconocido en su mensaje, sin el menor alarmismo, la obviedad de «tensiones» y «divisiones» que deberían someterse a un tratamiento de «moderación» y «sosiego» en busca de un «consenso» muy amplio en el marco de la Constitución. Y refiriéndose a «algunas dificultades», junto a los avances que vivimos, el Rey aconsejó para superarlas el recurso al «diálogo responsable y sincero» dentro del respeto a los cauces constitucionales. De este mensaje real no se deduce simpatía o antipatía, afinidad o distanciamiento respecto a ningún partido político, pero todos ellos debieran reconocer un porcentaje de responsabilidad en una situación que no aparece por generación espontánea sino que sería más bien el fruto torcido de estrategias minuciosamente elaboradas por las fuerzas políticas. Y el Rey ha recetado la terapia adecuada, pero desde un vértice institucional cuyas recomendaciones no son de obligado cumplimiento. Los partidos, sin embargo, se habrían sentido aludidos ante la velada descripción real de nuestro momento político, en el que una cierta gravedad de la situación vendría reflejada en el tratamiento, casi de choque, que el Rey aconseja. A unos les recomienda sosiego; a otros, moderación, y a todos ellos, diálogo. Y cada fuerza política ha elogiado el mensaje, pero a veces sectariamente, pues ninguna se ha creído necesitada de sosiego, y hasta anoche ninguna reconocía que debía moderarse, mientras todas mostraban su disposición al diálogo, aunque sin implicarse en la responsabilidad-sinceridad que don Juan Carlos adjuntaba a su recomendación de dialogar. Un esfuerzo analítico de matización llevaría a algún partido a sentirse especialmente reprendido por el Rey, quien al referirse al terrorismo no parecía coincidir con las premoniciones del presidente del Gobierno respecto a ETA, y al hablar de la necesaria y máxima cohesión en política exterior, tal vez estuviera pensando en la futilidad de las conferencias, los artículos y las declaraciones de algún prohombre político español en sus itinerarios por el extranjero.

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