Diario de León

DESDE LA CORTE

El castillo del «no»

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FERNANDO ONEGA
León

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SEGUÍOS ASOMBRANDO, vecinos. El día 24 por la noche, el rey de todos los españoles pedía que las diferencias políticas se arreglaran con diálogo y consenso. Poco después, el presidente del Congreso tenía que exclamar: «¡Qué poco duran las buenas intenciones». Efectivamente, los primeros llamados a atender al Rey, que son los partidos que se turnan en el gobierno de la monarquía, no se ponían de acuerdo en algo tan primario como ampliar un plazo de enmiendas. ¿Es que había una diferencia de un año, que afectaba a la eficacia legislativa? Ni mucho menos. ¿Es que la diferencia era de un mes? Tampoco. ¿Es que estábamos hablando de un retraso de una semana? ¡Ni eso, señoras y señores! Estaban hablando de una prórroga de tres días: del 27 al 30. El señor Marín incluso propuso una solución salomónica: hasta el 29. ¡Y tampoco fue posible! Estos democráticos señores no se conceden ni agua. Hay que ser un politólogo de la categoría de Habermas, por lo menos, para entender las razones de esta pintoresca situación. Tenemos, por a un lado, al partido gobernante, que necesita tres días más para lograr un acuerdo con los partidos catalanes, pues estamos en la operación patena , que limpiará el Estatut. Necesitan dar esa oportunidad al diálogo, en la esperanza de pactar en 72 horas -como si fuera una detención preventiva- lo que no pudieron acordar en varios meses. Y tenemos, por otro, al PP, que se opuso con éxito a la prórroga, sin la menor concesión a los deseos de sus adversarios, ni a las peticiones del presidente del Congreso, ni a la expectación externa. A nada. Defendieron su castillo del «no» como si estuviera en juego su dignidad. La conclusión es inquietante: si una cuestión de estado como el Estatuto de Cataluña necesita tres días más para decidir su futuro, el Partido Popular se los niega. Tendrá serias razones, supongo; pero pocas veces se había visto un acto de negación tan pequeño que puede tener tan grandes consecuencias. Es hacer lo posible para negar la última oportunidad a un acuerdo, si ese acuerdo tuviera alguna posibilidad de alcanzarse. Es un aprovechamiento de la excelente voluntad del presidente del Congreso de los Diputados para que una decisión de este tipo sea adoptada por unanimidad. Es, en este sentido, un acto de filibusterismo que encierra una dosis de chulería política. Sospecho que el Partido Popular, harto de verse solo en votaciones y en imagen, necesitaba esta acción sublime de incordio. Ayer mismo, Mariano Rajoy pedía en Barcelona que cuenten con él para el diálogo. Es una petición razonable, como todas las de Rajoy. Pero su grupo parlamentario se lo ha puesto difícil. No se puede andar pidiendo diálogo mientras se niega algo tan pequeño como tres días de un plazo.

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