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Publicado por
FERNANDO ONEGA
León

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EN MI BARRIO madrileño tenemos un mendigo. No digo que sea uno de los habitantes del barrio, que todos mis vecinos son gente de posibles, y hasta los hay que tienen plan de pensiones. Tenemos un mendigo que nos visita con frecuencia, y de tal visita supongo que obtiene alimento hasta el próximo viaje. Es un señor educado y cortés, casi parece un político, con quien se podría cumplir el mandato de «siente un pobre a su mesa». Esta Navidad ha venido, porque en estas fechas se recoge la mejor cosecha de limosnas. Llamó a la puerta, le saludé como a un viejo amigo, casi como a un pariente, y me sorprendió: «¿Le apetece un dulce navideño?», me preguntó. El mendigo lleva una caja de dulces, y los ofrece por las puertas que le abren. Es un producto de nuestro tiempo: de tanto oir a los ministros en radio y televisión que hay que pagar los servicios públicos, porque lo gratuito nadie lo valora, ha decidido dar ejemplo, y él quiere pagar la limosna. De hecho, ya no es un pedigüeño, sino una especie de vendedor ambulante que cambia dulces por el llamado dinero de la voluntad. La diferencia que exista entre el valor del dulce y lo recaudado ya no es un producto de la caridad, sino algo mucho más noble: el resultado de una transacción comercial. Este mendigo acaba de descubrir la plusvalía y el capitalismo. Le aventuro grandes éxitos en su nueva faceta caritativo-mercantil. En Estados Unidos, donde tantos magnates empezaron voceando periódicos en el metro, ya habría un cazador de talentos detrás de él para hacerlo gerente de una confitería profesional. Aquí seguirá de vagabundo, con sus dulces de aguinaldo, que a lo mejor en primavera cambia por claveles reventones. A mí, de todas formas, me pareció un símbolo de lo que ocurre en este país. La mendicidad no sólo está perseguida por los jóvenes del vídeo y la gasolina y los alcaldes que ven tras ella la sombra de las mafias. Está, además, muy reñida. Hay una competencia feroz. Los semáforos son plazas tan reñidas entre los mendigos como las de registrador de la propiedad entre los licenciados en Derecho. Los puestos de mantero requieren inversiones complementarias en vigilancia de los guardias y acopio de material. Hay que buscar un valor añadido a la caridad, y este hombre lo ha encontrado. Le he recomendado que patente su modelo de pedir, antes de que se lo apropie cualquier rumano. Le he sugerido que envíe su currículo al señor Botín. Y hemos establecido una buena relación comercial: su dulce me ha salido carísimo, pero al menos he visto una cara de gratitud al otro lado del imaginario mostrador. Últimamente sólo veía expresiones lejanas y frías. Sólo sentía la sensación de que me estaba timando una multinacional.

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