Formas de entretenerse

POR ESTAS FECHAS, lo más normal entre los ciudadanos de este país es divertirse cantando villancicos repetidos, ya que, si bien se escuchan, el repertorio no es largo; o sumándole algunos centímetros a su cintura a base de ingerir mantecados. (Por cierto, que todavía no le he dado las gracias al caballero antequerano que me hizo llegar una caja con los mejores del mundo occidental). Otros se divierten eludiendo las cenas en familia, con la excusa de que tienen un compromiso posteriormente adquirido o que se han visto obligados a emprender un repentino viaje, para el que tenían sacado el billete de avión hace unos meses. Cada cual se divierte como puede, que «para algo más Dios nos trajo que para pasar trabajos». Hay personas que se divierten quemando pobres, lo que sin duda es uno de los métodos más eficaces descubiertos hasta ahora para luchar contra la mendicidad. Generalmente van en grupo, unidos por sus afinidades electivas. Suelen ser muchachos jóvenes, con mucho tiempo libre. Otras pandillas juveniles procuran expansionarse, para resarcirse del trabajo que no tienen, acudiendo a las más estruendosas discotecas. Hacen bien, si no hicieran antes la tontería de estupizarse con estupefacientes, que ambos vocablos tienen la misma raíz etimológica. Lo que acaba de pasar en el Joy Eslava madrileño, como lo que ocurrió en una discoteca-karaoke en Barcelona hace unos cuantos días, demuestra que los estancos no son los lugares más peligrosos. En la Noche de Navidad se enfrentaron cincuenta personas en una batalla campal bien armados con botellas y navajas. Lo extraño, en esa situación que a una persona normal le resulta poco menos que inimaginable, es que sólo hubiera un muerto. Poca gente se queda leyendo o va al cine, que ha perdido durante el año que se está acabando nada menos que veintisiete millones de espectadores. Considera que esas cosas no son divertidas y tampoco quieren quedarse en casa, que es el único sitio donde dentro de unos días se va a poder fumar.