Diario de León
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CARLOS ANTONIO BOUZA POL
León

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Al escribir acerca de los tipos de interés no pienso en el ministro Montilla, ni en Carod-Rovira, ni en los juanes Puig y Tardá. Me refiero en concreto al tanto por ciento, al porcentaje, al rédito, al precio que nos cobran por el dinero las entidades financieras. Aclarada la posible duda que pudiera haber sobre lo que son los tipos de interés y los que no lo son ni lo serán nunca, quiero darle las gracias al Banco Central Europeo por ese 0,25% de subida que, con retraso, algo nos consuela. Más vale tarde que nunca. A nuestra inflacionista economía le hubiera venido muy bien (al contrario de lo que ocurre a Francia y Alemania) unos tipos de interés más altos, en torno al 3,5% o 4% en los tres o cuatro últimos años. Se hubiera evitado el exceso de inversión en ladrillos, el descomunal consumo de energía, el déficit comercial, la falta de competitividad, la caída del ahorro, y esa excesiva alegría de consumir que nos hipoteca. Cierto es que en esto de las subidas de tipos, lo mismo que en lo concerniente a la «inflación», e incluso en otros asuntos mucho más claros, los expertos casi nunca se ponen de acuerdo, especialmente si son funcionarios que prestan sus servicios en las administraciones públicas, o profesores en universidades que enseñan mucha teoría y doctrina económica pero no suelen bajar a la arena en el mundo empresarial privado que es donde se tiene que coger el toro por los cuernos, y demostrar que la economía es una ciencia práctica que produce resultados. Ese dicho tan manido que cada vez que se reúnen dos o más expertos en economía acaban inevitablemente discutiendo sin ponerse de acuerdo, es sólo una verdad a medias que se refiere a los «teóricos», pero no ocurre así en el mundo de la empresa, donde los expertos (por la cuenta que les tiene) jamás pueden permitirse el lujo innecesario y la irresponsabilidad de disparar mal, a lo loco, con pólvora ajena. En la madrugada del día dos al tres de diciembre, el periodista Luis Mariñas, en Telemadrid, entrevistó al economista don Juan Velarde, que acumula distinciones y premios, entre ellos el Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales. Habló el profesor con mucha claridad al afirmar que hay un exceso de consumo que nos arrastra a un gran déficit comercial y al consiguiente aumento de la inflación. Sentenció que la inflación siempre es mala para la economía y muy injusta desde el punto de vista social, pues se nutre de la sangre de todos, en especial de los más pobres, y funciona como un impuesto adicional (sin haber sido aprobado por ningún parlamento) que incide y grava más a los salarios bajos. Su intervención me pareció perfecta, coincidiendo con lo que este humilde poeta expuso en su artículo del día 17 de noviembre de 2005 titulado: ¡Ay, la economía! . Sin embargo, es lamentable que en ningún momento el entrevistador señor Mariñas le preguntara al señor Velarde sobre el gasto público y la repercusión que éste tiene en la inflación, en la competitividad, en el PIB, etcétera. En mi artículo, ya citado, hablaba de 15 millones de personas (ojo, no sólo funcionarios) que viven del erario público, y si bien esta cifra pudiera parecer exagerada, en realidad no lo es, pues no incluye a colectivos como Televisión Española, algunos equipos de fútbol y baloncesto, los sindicatos, las oenegés, que meten la cuchara y comen del mismo puchero, que a duras penas puede ir llenando la economía privada competitiva y no subsidiada, que tiene que ir pensando ya en reducir beneficios. No parece razonable, padeciendo una gran dependencia energética, hayamos emprendido y mantenido durante estos últimos años un desarrollo enorme en el sector de la vivienda que es precisamente el que más energía consume. Un país bien dirigido hubiera dejado al «ladrillo» para momentos en los que el coste energético fuera más barato y, al mismo tiempo, se necesitara crear puestos de trabajo para una masa de trabajadores con poca especialización. Sin embargo, ha sido al revés. ¿Cómo es posible que varios años después de haber hecho la reconversión industrial, (ahora que estamos en la robótica y la informatización) necesitemos tanta mano de obra sin cualificar, tantos emigrantes? Crecer es necesario, ¡quien lo va a negar!, pero hay que crecer bien, sin desequilibrios, sin anormalidades que desfiguren y traumaticen. Por eso digo que a España le viene bien la subida de los tipos de interés, y le hubiera venido aun mucho mejor si hubiera ocurrido hace años. Creer que unos tipos de interés bajos propician la inversión, la competitividad, la creación de empleo y la productividad, es solamente una verdad a medias, o una parte de la verdad, pues, en España, (aunque esto es opinable) al tener equilibradas las cuentas públicas los costes financieros eran mínimos. Esta es la teoría a la que se apunta el Nóbel de Economía Joseph Stiglitz, que se opone a la subida de los tipos de interés en Europa donde la política monetaria está estrictamente ligada a la inflación, que no es un problema. Pero en España sí, es sin duda uno de los principales problemas, o el peor. A partir del año 2001, después de entrar en el euro, la economía española estaba preparada para competir, y tendría que haber apostado, decididamente, por un modelo de desarrollo basado en la tecnología, en la informática y la comunicación, incorporando al sector productivo a grandes cerebros, técnicos e investigadores de países del este europeo, la India y Pakistán. Teníamos recursos económicos, infraestructuras y mercado suficiente para asimilar y potenciar a estos «cerebros» que, a corto plazo, producirían un verdadero y bien equilibrado crecimiento del PIB, promoviendo la creación de empleo en sectores auxiliares que incorporarían a los trabajadores nacionales en demanda de nuevo empleo, y también a los desalojados por la reconversión industrial. Decir que «es muy rígido el mercado de trabajo y son muy altos los costes laborales y de despido» resulta un recurso fácil al que se agarran los demagogos que bajo la apariencia de «sabios» ocultan su incapacidad. Estoy de acuerdo en la reducción de costes laborales, pero por arriba. Flexibilidad del mercado de trabajo sí, pero por arriba también. Que vengan más ingenieros, más dentistas, más notarios. Sobran elementos de consumo que poco producen y distorsionan el mercado, la vida, las costumbres. Si España quiere ser competitiva, producir más y mejor, vivir bien y contribuir a la paz y la solidaridad en el mundo, debe dejarse de demagogias baratas que sólo engañan a los que quieren dejarse engañar. Aquí sobran gentes en el negocio de la prostitución, en los top manta, en los mercadillos de venta callejera, en la droga y en la delincuencia en general. Me decepcionó el remate final con el que cerró su buena faena don Juan Velarde. El presentador le preguntó en qué manera podría estar influyendo o distorsionando la economía el fenómeno de la inmigración. El profesor tiró por tierra su bien ponderada opinión, cayendo en una contradicción, para mí evidente, que anulaba todo su predicamento anterior. Dijo que «la inmigración es muy necesaria y gracias a ella este país no se ha hundido en la ruina, pues el único problema es que dicha inmigración obliga al gobierno a destinar cuantiosos recursos para gasto social». Señor profesor: ¿Estos recursos de dónde salen, acaso no es gasto, consumo e inflación? ¿De dónde sacará el estado el dinero si no es por vía fiscal, aumentando los impuestos, es decir, encareciendo los costes de producción y mermando competitividad? La inmigración no soluciona nada y lo complica todo. Me refiero a la inmigración actual, masiva y descontrolada. Ya en mi libro A orillas del Burbia recogí el artículo titulado Buenos son los moros , publicado en estas páginas de Diario de León el 6 de marzo de 2000, donde afirmaba que «la inmigración tenía que ser seleccionada». Si entonces se me hubiera hecho algún caso y se consideraran mis opiniones vertidas en más de una docena de artículos sobre este gran asunto, nos hubiéramos evitado muchos problemas económicos y sociales, entre ellos unos cuantos miles de robos, atracos y muertes como el de este pobre taxista asesinado hoy en Bilbao. Considerar que una chica del servicio doméstico que procede de Ecuador, o un marroquí que limpia los urinarios públicos de la playa de Miño, son elementos o factores importantes de producción no son más que desatinos que a medio plazo arruinan a un país, lo mismo desde el punto de vista económico que social y político, entre otras cosas porque estas personas, estos trabajadores, paradójicamente, consumen más que producen y, además, parte importante de sus ahorros no se quedan aquí. Vuelan.

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