Diario de León

DESDE LA CORTE

Drogas: no sólo policías

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FERNANDO ONEGA
León

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PIDO permiso para hacer un alto en la crónica política habitual y fijarme en la calle. Debo hacerlo, porque lo merece la iniciativa del ministerio del Interior contra el tráfico de drogas en los colegios. Una vez más, hay que exclamar: ¡ya era hora! Ya era hora, porque miren la situación. En los últimos diez años, el consumo de cannabis entre adolescentes se ha duplicado. El de cocaína se ha multiplicado por cuatro. La entrada en esos consumos se efectúa cada vez a una edad más temprana: según reciente informe de la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción (FAD), a los 12 años. La tragedia se agrava si se suman los datos de otra droga más tolerada, pero que es la vía de entrada de todas las demás: el alcohol. Produce escalofríos descubrir que medio millón de adolescentes se emborrachan una vez al mes, y doscientos mil lo hacen cada semana. Antes estas realidades, el Ministerio de Sanidad estudia la redacción de una ley contra el alcohol similar a la del tabaco, y el ministerio del Interior aporta lo que está en su mano: más policías. Más de 3.000 policías en el entorno de los colegios de mayor riesgo. Es una solución importante: por lo menos, no habrá facilidades para ese comercio de muerte. Pero, aunque sea todo lo que puede hacer Interior, siempre será una solución parcial: la droga se cuela por todos los resquicios, con el atractivo de lo prohibido. Y algo peor, sobre lo que es urgente llamar la atención, porque se está colando un fenómeno nuevo y desolador: la necesidad social de la droga. ¿Qué quiero decir con eso de «necesidad social»? Dos cosas. La primera, que en determinadas capas acomodadas, el consumo de cocaína se ha convertido en sinónimo de placer y éxito. La segunda, que la droga entre jóvenes ha dejado de ser un factor de marginación. Hoy, por escandaloso que nos parezca a los mayores, está empezando a ser un factor de integración. Una terrible propaganda de origen desconocido está haciendo lo peor que se puede hacer: llevar al joven la convicción de que, si no se droga, no tiene un lugar entre los suyos y, en cambio, la droga crea grupo y prestigio. Por eso fracasan las campañas de divulgación. El joven está vacunado contra ellas. Está inmunizado. Y lo peor: es muy difícil combatir algo que se identifica con placer, grupo y distinción. Quiero decir con esto que aplaudimos a José Antonio Alonso y aplaudiremos lo que haga Elena Salgado contra el alcohol. Pero la solución no está sólo en policía. La solución está en volver la droga a lo que es: un peligro público y una desgracia individual. Si no le gana la batalla de la imagen, contener su avance a base de guardias será como tratar de detener un río con las manos: heroico, pero inútil.

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