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Publicado por
LUIS DEL VAL
León

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NO ES sólito contemplar a un presidente de gobierno de otro país asistir, ataviado con un jersey, a las audiencias oficiales, aunque sea un jersey de pelo de llama de alta calidad, que en unos grandes almacenes alcanzaría precios sólo al alcance de privilegiados plutócratas. Esta prenda puede ser la anécdota, el gesto de cara a la galería indigenista para que comprueben que el presidente Evo Mo rales no va a traicionar sus orígenes, o puede ser el hábito que hace al monje, con lo que estaremos ante la categoría. El dirigente sindicalista, Marcelino Camacho, popularizó un jersey de cuello vuelto, que su mujer le tejió cuando estaba encerrado en la cárcel por eso, por ser sindicalista y comunista, y se hizo tan conocido que a esta prenda le comenzamos a llamar el «camacho». Y el jersey parece que fortaleció al sindicalista, que siempre vivió sin contradicción con sus ideas, seguro de ellas, y de una manera tan digna como austera y ejemplar. Fidel Castro no abandonó nunca el uniforme militar, y se transformó de revolucionario en espadón dictatorial. El subcomandante Marcos no abandona el papahígo que le cubre el rostro y siempre produce la impresión de que nos va a pedir la cartera, y se va a echar a correr. Cuando un presidente de Gobierno asegura a unos empresarios de otros países que no va quedarse con las empresas privadas produce una tranquilidad relativa por culpa del jersey. Si lo dijera ataviado como cualquier otro presidente, sosegaría mucho más las inquietudes inversoras. Tener un origen humilde le honra al ciudadano Morales, pero no le obliga a que nos lo esté recordando siempre. Somos muchos los que tenemos orígenes humildes y finales igual de humildes, sin coche oficial y sin escoltas, y procuramos ponernos las mejores galas, por ejemplo, cuando se casa la hija de un amigo. El problema es pasar a la historia como anécdota. Del pobre Ingres nadie se acuerda que pintaba y todos recuerdan su violín.

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