Diario de León

DESDE LA CORTE

Dios qué buen vasallo...

Publicado por
FERNANDO ONEGA
León

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BIEN mirado, este país es pistonudo, dicho sea por no usar otra palabra peor sonante. Ya sabemos, por las experiencias políticas de cada día, que el personal aguanta todas las tonterías del poder; todas las necedades que se dicen desde los más diversos altavoces y todas las vaciedades con que se construyen sonados discursos. Ha demostrado, además, una tolerancia a prueba de corrupciones, robos e ineptitudes varias. Despotrica contra sus representantes cuando lo ganan a pulso, y los disculpa al día siguiente, a poco que sepan rectificar. Acepta principios que parecían inaceptables hace solamente unos meses. ¿Quién ha dicho que España es ingobernable? Eso sólo lo pudo decir un dictador. Pero, con ser todo eso admirable, me parece que lo más notable que nos ha ocurrido como pueblo después de la transición es esta experiencia última del tabaco. ¿Qué habíamos oído hasta ahora? Que es un vicio indomable; que es una droga a la que no se puede renunciar sin enorme esfuerzo personal; que el fumador no resiste una hora sin echar un pitillo; que intentarlo altera los nervios, crea ansiedad, hace irritable a la persona¿ Conozco un médico que cedió ante un cardiópata y le permitió fumar algún cigarro, «porque sería peor la ansiedad». Y, en esas condiciones mentales, llega una mujer ministra, concibe una ley restrictiva, consigue el apoyo del Parlamento y la pone en práctica. Multitud de observadores la reciben con reticencias, acusaciones de autoritarismo, bromas de insumiso y una seguridad de profetas bíblicos: «será la ley más incumplida de la historia». Primera sorpresa: el 70 por 100 de los consultados en las encuestas están de acuerdo. Y segunda sorpresa: la ley se cumple. Todos los testimonios que nos han llegado estos días de los centros de trabajo más variados, públicos y privados, dicen que nadie fuma en el interior. Cómo se combaten el mono y la ansiedad, no lo sé: supongo que será a base de chicles, agua natural y mucha voluntad. Pero no hay noticia de una protesta, de una actitud de rebeldía, ni de algo que se parezca a un motín. Hay quien sostiene que se debe a las multas. No creo que sea la única explicación. También se sanciona duramente el exceso de velocidad, y la gente sigue corriendo. Hay un efecto sicológico, que provoca vergüenza en el fumador más empedernido. Hay otro efecto sanitario, que hace que ese fumador entienda finalmente que es bueno dar un descanso al pitillo. Pero funciona, sobre todo, el civismo. Lo de estos días es una lección de civismo que pocas veces habíamos podido contemplar. Este es un pueblo que ha aprendido a guardarse sus cabreos. Es, insisto, un pueblo gobernable. El mismo que hizo exclamar: «¡Dios, qué buen vasallo¿!»

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