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JUAN F. PÉREZ CHENCHO
León

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EL PASADO viernes se celebró la tradicional Pascual Militar, en la que el Rey, en su recepción, pronunció un discurso tranquilizador e integrador, elogiando la labor de las Fuerzas Armadas españolas. Por su parte, el ministro José Bono, anunció la concesión de merecidas condecoraciones a los militares españoles que soportaron en Irak sus arenas ardientes y por estar en zona de guerra esquivando fuego hostil con plena profesionalidad, y no en zona hortofrutícola y en misión humanitaria como nos vendía Federico Trillo. Todo formaba parte de la más absoluta normalidad, cuando llegó la sorpresa desde Sevilla. El general jefe de la Fuerza Terrestre, teniente general José Mena Aguado, palentino, 63 años, casado, tres hijos, con más de cuatro décadas y media en el Ejército y a punto de jubilarse, pronunció un discurso absolutamente intolerable. Y lo hizo en un acto oficial, en el que ostentaba la representación del Rey. El teniente general Mena Aguado atribuyó al Ejército las funciones del Tribunal Constitucional para decidir lo que es o no inconstitucional y también las del Gobierno y del Parlamento para corregir posibles inconstitucionalidades. En resumen: no pudo mear más fuera del tiesto. Como todo el mundo sabe, en este país cada cual puede decir las tonterías que quiera. Todos menos los militares. Para eso se les ha entregado el monopolio de las armas. La reacción de condena ha sido fulminante. Sólo el PP, por boca de Gabriel Elorriaga, disculpó inicialmente las palabras del teniente general. Las atribuyó al ambiente de crispación que se vive en nuestro país. Al día siguiente cambió de discurso, culpando al ministro de Defensa, José Bono, por haberle nombrado para ese puesto. Mientras tanto, el ministro Bono llamó a capítulo al teniente general --10 horas de ayer, en su despacho-- comunicándole la destitución del mando, el pase a la reserva y ocho días de arresto domiciliario. Zanjó así en seco el asunto en el terreno militar. Sin embargo, el análisis político debe extenderse para examinar lo ocurrido. Aunque el teniente general Mena Aguado es el único responsable de sus propias palabras, es cierto que éstas se producen en un ambiente de crispación e intoxicación creado por la derecha y sus corifeos mediáticos, con macarras intelectuales incluidos, que han llegado a hacer creer a una pequeña parte de la población que existe una crisis constitucional, cuando lo cierto es que las instituciones democráticas funcionan con plena normalidad. El Estatut catalán gustará más o menos. Entre los que no le gusta nada está quien se asoma a diario a este «Balcón del pueblo». O sea, yo. Pero tampoco tengo duda alguna que cuando pase por la Comisión del Congreso, por los demás trámites parlamentarios y después, si es necesario, por el Tribunal Constitucional, se terminará ajustando perfectamente, como no puede ser de otra manera, a la Constitución. En todo caso, el golpismo es imposible en la España de nuestros días. Eso no impide que, a título individual, pueda aflorar algún intrépido fascinado por el fulgor de los metales. Por los sables. La extrema derecha ha estado sembrando la cizaña ideológica. Y sin extrema derecha no existen golpistas.