EN BLANCO
¡Vaya cara!
CANTABA la zarzuela que hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad y nos encontramos, por así decirlo, con el cuello en el puño del progreso. Hasta la fecha uno debía de conformarse con el semblante que el destino quisiera otorgarle, aunque fuera más raro que una gallina con dientes, avocados según saliera carta en la baraja de la suerte a lucir rostro de enfermo terminal, perfil de moneda romana o bien una de esas caras que parecen talladas con soplete. Esta decisión definitiva de la providencia suponía en ciertos casos un calvario íntimo de por vida, sufrido sin ir más lejos por aquellos sujetos agraciados en el reparto con hechuras de haber estudiado para boxeador. O en el otro extremo de la balanza, los guapetones y guapetonas a quien Dios les dio un gran atractivo físico, pero después se fue a dar un paseo y se olvidó de añadirles el cerebro. Semejante cadena perpetua estética es cosa del pasado, pues en la actualidad uno puede pedir a los Reyes Magos o a los profesionales del bisturí un rostro a la medida de cada inquietud. La tentación de lo imposible ha pasado a mejor vida, al menos en relación a los transplantes de tejidos de cara, intervención que se supone será en el futuro patente para otorgar carnés de belleza a gusto del pagano. Que uno siente cierta incomodidad psicológica por parecerse a Popeye, o presenta una fisonomía idónea para que le arrojen cacahuetes por la calle, pues a no preocuparse: un ratito de cómodo quirófano y tras las curas pertinentes, nuevas facciones de presentador de telediario. Una alucinante escala de sensaciones que, eso sí, no se sabe cómo afectará a los rincones más íntimos del alma.