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Publicado por
MANUEL ALCÁNTARA
León

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CUANDO se tiene cierta edad, que suele coincidir cuando se hospedan menos certidumbres, hay palabras que nos traen resonancias desapacibles. Por ejemplo, la palabra «denuncia». En la terrible guerra civil, o así llamada, y en la elástica posguerra, sonaba mucho. Quizá era la que más veces oíamos los niños, junto al vocablo «racionamiento». Una persona, o así llamada, porque de alguna manera había que llamarla, denunciaba a otra por lo que fuera, en general porque le caía antipática. Se basaba en que no era adicto al régimen, según la zona. Yo dejé de ver a un vecino, muy gordo y muy afable, que me regalaba anises. Los anises no me gustaron nunca, pero me gustaba aquel señor mayor, con cara de bueno, que subía fatigosamente las escaleras. Lo denunciaron. No sé por qué, ni lo supe nunca. Quizá fue porque leía El Debate o porque pertenecía a la CNT. Cualquiera de esas era suficiente. Me asusta ahora que haya reaparecido la palabra denuncia, aunque sea para una gilipollez como para delatar infracciones a la ley antitabaco. En Cantabria y Baleares se han abierto teléfonos para acusicas, a condición de que las llamadas sean anónimas. Asunto incomparablemente más grave es la resurrección de los términos «intervención» y «Ejército». El hecho de ser teniente general no excluye el de ser también un ciudadano pensante y por lo tanto a la libre expresión que nos ampara a todos, pero exige un plus de responsabilidad. Citar un artículo de la Carta Magna tampoco puede ser reprobable, lo que quizá ocurra es que no sea del todo oportuno en época de negociaciones. No vayamos a ponernos la banda antes de que se haya producido la herida. En fin, son consecuencias de la ligereza presidencial, que en vez de resolver un problema lo ha fomentado. Total, que regresan aquellas viejas palabras indeseables. Dañinas como obuses y lo mismo de ruidosas.