Diario de León
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FEDERICO ABASCAL
León

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«CUANTO más aumenta la unanimidad socialista, más disminuye el margen del PSOE para negociar el estatuto de Cataluña». Esta relación inversamente proporcional entre dos términos caracterizaba ayer en Madrid la actualidad parlamentaria. No se trata exactamente de un teorema, pero tiene su corolario, como si lo fuera: «ante situaciones de supervivencia política, la unanimidad amplía notablemente los márgenes de su purismo», es decir, cede terreno al contrario. En una cena convocada anteanoche por Rodríguez Zapatero para reunir a todas las jefaturas de su partido, desde los barones regionales a los líderes de las federaciones, más alcaldes en representación edilicia y las grandes figuras de Ferraz, la unanimidad sobre el futuro fue evidente y nadie se atrevió a desmentirla ayer. Sobre el estatuto catalán, sin embargo, quedaron colgando a los postres ostensibles disidencias. La del presidente extremeño Rodríguez Ibarra resultó la más llamativa. Asomado a la radio tras sólo dos horas de sueño, dijo inicialmente lo que nadie ignora, que si el estatut sale adelante será muy distinto del que aprobó el Parlament. Pero enseguida añadió, marcando diferencias, que a) Cataluña no va a ser una nación, b) ni va a tener un sistema de financiación distinto del resto de las comunidades autónomas, c) no va a tener agencia tributaria propia, y d) no va a conseguir las competencias exclusivas que reclama. Dicho lo cual, por los pasillos del Congreso, donde negociaban el PSOE y el Gobierno con ERC, y más tarde, con ICV, fue extendiéndose un ambiente de ligero pesimismo. Duran i Lleida parecía más afectado que otros políticos por el pesimismo que desataron las declaraciones de Ibarra, quien habló como dirigente del PSOE y no como un simple militante que exponía una opinión compartida por muchos de sus compañeros. El líder extremeño vino a decir que él tenía en el partido su cuota de mando y que muchos socialistas pensaban como él. Y como esto lo saben desde Maragall a Carod-Rovira, desde Artur Mas al presidente Zapatero, y desde el ministro Montilla a Rajoy, en los medios políticos favorables a un acuerdo sensato, si no cundió la alarma, sí pareció encenderse una señal de urgencia, la necesidad de llegar al acuerdo cuando antes. La táctica de CiU estaría contemplando obsesivamente su futuro político, y de ahí su interés por diferenciarse del resto de partidos en estas negociaciones. Pero el tacticismo catalán no es el problema más serio. El problema esencial es el encaje en la Constitución, sobre todo en el principio de solidaridad interterritorial que un sistema diferenciado de financiación para Cataluña posiblemente infringiría. El resto de las discrepancias serían cuestiones menores.

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