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León

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LA CHOMPA que Evo Morales ha dado la vuelta al mundo como santo y seña del triunfo del indigenismo en Bolivia es una lección de humildad para nuestros ojos. Su colorido jersey de alpaca ha impactado nuestras retinas y ha hecho pensar que los indígenas bolivianos -la mayoría de la población de este país andino de 9 millones de habitantes- también existen. Lo que no consiguió García Márquez con su discurso de Premio Nobel en 1982 -que los europeos miraran América Latina con otros ojos- lo ha logrado este hermoso hombre de «piel café como el cacao», como le llama María Galindo (www.mujerescreando.org). La chompa del dirigente aymara está desgastada, no de aguantar el cuerpo de un presidente in pectore , pero sí de las vueltas que occidente ha dado a la prenda y de la cantidad de manos que han pasado sobre sus espaldas los dirigentes mundiales. Detrás de la chompa hay un país ricamente empobrecido por la explotación de sus recursos naturales por empresas multinacionales extranjeras -entre ellas muchas españolas- y la corrupción de sus dirigentes. Evo ha entrado con buen pie en el escenario internacional, sin necesidad de corbata, aunque en Bolivia dicen que ha triunfado «el poncho y la corbata». Pero hace falta que Evo convenza a los suyos y a las suyas, a las mujeres tantas veces excluidas y condenadas a perpetuar el papel de servir a los demás en silencio. Como las cocaleras que pescaron, limpiaron, cocinaron y sirvieron el desayuno en Ibirgarzama a Evo y los periodistas internacionales que siguieron su triunfo.

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