Aglomeraciones

NO SOY EL MÁS indicado para atestiguar que la fe mueve montañas, pero basta con ser un mediano observador para darse cuenta de que las montañas se derrumban sobre los fieles. Al menos 345 personas han fallecido en la avalancha humana, cerca de la Meca, la ciudad santa del Islam a la que los musulmanes están obligados a acudir en peregrinación al menos una vez en su vida. Jamás, creencia alguna ha favorecido tanto a las agencias de viajes. Más de dos millones y medio de fervorosos se congregaron en lo que poco después se denominaría «el lugar de la tragedia». Es de suponer que los muertos tengan un tratamiento especial a su llegada al cielo. Quizá uno de los males del mundo sea que somos demasiados. No digo yo que seamos muchos, ya que cada persona es insustituible, ni que sobren algunos. Sólo digo que esto es una aglomeración. «No es bueno que el hombre esté solo», dice el Génesis, creo que es el Génesis, pero tampoco es bueno que esté tan acompañado. «Con el número dos nace la pena». El número tres se presta a triunviratos y a tripartitos. El siete, aunque sea cabalístico, incurre en notorias injusticias. ¿Acaso no hubo un octavo bandolero en Écija con méritos equivalentes? ¿O un octavo sabio de Grecia cuyos conocimientos no eran inferiores a la de sus egregios compañeros? Cualquier muchedumbre es peligrosa y no queda excluida del riesgo que genera. Las concentraciones y las manifestaciones debieran hacerse en solitario. Incluso a los que amamos más al pueblo, que es obligación de toda persona bien nacida, nos agrada conocer a sus miembros de uno en uno.