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Publicado por
Jesús M. Albarrán Deza
León

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Hace AHORA cincuenta y ocho años era asesinado por un fanático religioso el Mahatma Gandhi. Sigue resultando irónico, a la vez que triste, que haya sido esa fecha, la de su muerte violenta el día 30 de enero del año 1948, refrendada por la Unesco en 1964, la elegida para el calendario de conmemoraciones como Día mundial de la no violencia y la paz. Desde aquellas heroicas demostraciones de Gandhi parece ser que nadie ha vuelto a dudar de las posibilidades que los métodos no violentos encierran como alternativa fundamental en la resolución de todo tipo de conflictos. Y, bien sea como forma de protesta en la denuncia de las injusticias, bien como puerta abierta al diálogo y la negociación, el camino recorrido por el pacifismo, en su esperanzada lucha por la paz mundial, ha sido largo y tortuoso aunque no exento de logros. En 1959, once años después de la fecha del fatídico magnicidio, se funda en Oslo el Prio (Internacional Peace Research Institute, Oslo) dirigido por Johan Galtung, convirtiéndose desde entonces en uno de los centros más importantes de los dedicados a la investigación sobre la paz. Galtung, matemático y sociólogo de formación, pacifista comprometido con la praxis no violenta y seguidor de la ética gandhiana, fue quien en un famoso artículo del año 1969 dejó expuesto un concepto que ha resultado clave para entender las causas de las situaciones de conflicto generadoras de violencia: la violencia estructural. Diferenciándola de lo que es la violencia física o directa, la violencia estructural estaría configurada por tres aspectos no siempre coincidentes pero suficientes por si mismos como generadores de violencia: la privación de las necesidades más básicas (pobreza condicionada estructuralmente), la represión o privación de los derechos humanos (intolerancia represiva), y la alienación o imposibilidad de realización personal a nivel de necesidades superiores (como por ejemplo necesidades intelectuales o afectivas): lo que muy acertadamente denominó tolerancia represiva. Se concluye en base a dichos postulados que la verdadera paz exige una reestructuración del sistema, dado que implica el compromiso en la eliminación de cualquier tipo de violencia y la supresión de las desigualdades e injusticias sociales. Como puede apreciarse, esto también nos exige llegar, en nuestras aspiraciones de abrir caminos hacia la paz, mucho más allá de la paz entendida como ausencia de guerra y, en nuestros planteamientos militantes, ir más allá del pacifismo entendido como sólo circunscrito a las reivindicaciones antimilitaristas. El propio Galtung ha advertido en su obra del error existente al identificar muerte violenta con guerra cuando es la miseria (estructural, según la definíamos antes) la que «asesina» más gente que los propios conflictos armados. Por entresacar algunos datos de lo que constituye la apabullante realidad de nuestros días, bastará con que citemos que la mortalidad infantil anual debida al hambre y la miseria equivale al número de muertos que provocarían 236 bombas como la de Hiroshima, o que tan sólo el hambre provoca en número de muertos el equivalente a 4,5 bombas atómicas a la semana. En el fondo de esa realidad, y con ropajes distintos según la ocasión (y después de tantos vaivenes belicistas y antibelicistas), es la tan citada «pax romana», o paz del imperio, orientada fundamentalmente a hacer posible el comercio, los transportes y las comunicaciones, la que continúa imponiéndose como el objetivo, la mayoría de las veces no declarado, para el que trabajan el conjunto de los gobernantes y los ejércitos de este planeta. Obviamente, y según lo expuesto por Galtung, estos planteamientos tan utilitaristas pueden alcanzarse dejando a un lado una auténtica transformación del sistema como generador de violencia. Y, en la mayoría de los casos, bajo el paraguas mediático de la democracia formal, dejando a un lado también el bienestar y la ausencia de injusticias de los pueblos en los que dicha paz imperial consigue implantarse. Por todo ello, y con el debido respeto a Gandhi, sabiendo que la paz es el único camino, pueden considerarse como valiosos caminos hacia la paz toda acción, todo compromiso, toda militancia, tendente a denunciar y a modificar la organización política, las estructuras sociales y las relaciones de poder generadoras de la violencia y la injusticia en el mundo. No olvidemos que, hoy por hoy, todos esos caminos abiertos contra la violencia siguen estando en franca desventaja; que, por ejemplo, según datos de la propia Unesco, por cada persona que se dedica a la investigación por la paz en el mundo hay otras mil que se dedican a la investigación militar. Es por eso popr lo que nos gustaría reivindicar y dedicar nuestras reflexiones en este Día mundial de la paz a todas aquellas personas que día a día trabajan, bendita utopía, por que la paz en el mundo vaya más allá de los gestos propagandísticos y la autocomplacencia de los que detentan el poder, y pase a convertirse en la realidad transformadora que, al menos unos pocos sí, consideramos imprescindible.