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Publicado por
FEDERICO ABASCAL
León

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VARIAS VECES se ha anunciado que estábamos en «el principio del fin» del terrorismo, y el presidente José Luis Rodríguez Zapatero lo repitió alguna vez más en los últimos días. Es posible que, a pesar de la realidad en contrario, viejas esperanzas en un fin de la violencia etarra se apoyaran en razonamientos correctos, como el suficientemente demostrado de que una banda terrorista sólo tiene por horizonte, más o menos lejano, su propia disolución. En ese sentido, el fin de ETA empezó hace ya muchos años, cuando sus acciones asesinas no lograban impedir el normal funcionamiento político y social del país contra el que iban dirigidas. Pero la desaparición de las organizaciones terroristas suele ser muy lenta, pues intentan sobrevivir con tenacidad y desesperanza en su último paisaje, que se les hace cada vez más hostil e irrespirable. A ese sobrevivir a destiempo se añade el contexto en que está situado actualmente un terrorismo tan local como el de ETA. En el contexto diseñado por el terrorismo islamista global, una banda estrictamente vasca debería sentirse obligada a desmadejarse a sí misma, y tal vez así se sienta, sobre todo al ver como su espacio se reduce progresivamente hasta el punto de que, fuera de sus reductos clandestinos ( y a veces dentro de ellos), le esperan las fuerzas policiales españolas y extranjeras, mientras el apoyo social de sus afines se encoge al ir prosperando en ese sector la idea de que política debe sustituir a la violencia. Zapatero mantiene una firme esperanza en el fin no muy lejano del terrorismo de ETA, pero sin fijar fechas, obviamente. Y para dar cierta consistencia a esa esperanza, confesó el presidente que dispone de