Diario de León
Publicado por
JOSÉ MARÍA CALLEJA
León

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A Zapatero le han criticado -por tierra, mar y aire-, por no ir a Ceuta y Melilla, viaje que ninguno de los presidentes españoles de Gobierno de la democracia ha realizado a esas ciudades españolas, sin que por ello se recuerde la menor reprobación contra ellos. Los jefes de prensa del caos, los que cada mañana nos anuncian, con ruido trompetero, que está próximo el fin del mundo, nos decían que esta no visita era una muestra más de la catadura del presidente. Por esto le han dado muchos días y con bastante munición. El caso es que Zapatero ha viajado a las dos ciudades españolas, pero esta visita no ha aplacado a la fiera. Ahora pretenden escribirle el discurso de lo que tiene que decir, letra por letra, y si el presidente no se ciñe a ese discurso, pues es que sigue en el pecado. Lo cierto es que visitar Ceuta y Melilla es, en si mismo, un gesto que demuestra, de forma abrumadoramente simbólica, el apoyo a ambas ciudades. Si, además, Zapatero dice allí que quiere que ceutíes y melillenses tengan el mismo trato que el resto de los ciudadanos españoles, no parece que les considere residentes de segunda. Si, por si fuera poco, se compromete a invertir dinero en ambas plazas, no debería quedar ya asomo de duda de las intenciones del viaje. Da igual. Le siguen sacudiendo por no decir lo que ellos -los del caos- quieren; por decir cosas que ellos no quieren oír. El viaje de Zapatero a Ceuta y Melilla acaba con años de olvido y debe ser reconocido en toda su dimensión, con el mismo énfasis que le estaríamos dedicando ahora si no hubiera viajado. Un par de notas para la memoria de los desmemoriados. Un servidor hizo la mili en Ceuta, el siglo pasado, y ya entonces estaba extendida entre «los caballas» -denominación de la población autóctona-la certeza de que estaban dejados de la mano de Dios de «la Península». Los miles de militares asentados en la plaza ganaban una pasta por estar allí y tenían como objeto de deseo comprarse una casa no en Ceuta, precisamente, sino en Málaga o Cádiz. Hablo del año 1997, cuando en aquella plaza estaban los militares africanistas, que se habían ido sin rechistar del «Sahara español», porque así lo dijo Franco, ese hombre. (¿Se imaginan, por un segundo, que la retirada de las tropas españolas del Sahara la hubiera decidido Felipe González o, no digamos, Zapatero?). Cuenta la leyenda militar que la Legión no arrió la bandera española del Sahara y que para evitar ese gesto humillante, cortó con un serrucho el mástil. Eran cosas de la (puta) mili, que corrían de boca en boca. Desde luego que africanistas eran, desde luego que ultras eran y desde luego que se fueron del Sahara sin decir ni pío, porque así lo quiso Franco, ese hombre.

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