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Publicado por
VICENTE PUEYO
León

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(...) «VIVIMOS bajo el imperio despótico de la prensa que predica todos los días doctrinas de libertad y nos hace esclavos. Vivimos bajo el látigo de un tirano que nos lleva y que nos trae, nos levanta y nos deprime, nos subyuga y nos fascina; nos conduce y nos arrastra como a mesnadas de siervos, pero nos arrastra con despotismo, sin dulzura, sin amor. Nos engaña mil veces, y otras mil volvemos a prestar atentos el oído para ser de nuevo engañados (...) calumnia o insulta los sentimientos más hondos, , y al día siguiente volvemos a asistir a sus cátedras... ¿no es esto una necesidad social?». (Diario de León, número 2; 5 de febrero de 1906). Un periódico que, desde el primer día, nace con esa voluntad de autocrítica y de autocilicio, queda vacunado para traspasar las barreras del tiempo. Sorprende cómo, a pesar de que el calendario advierte de que estamos en 2006, no han perdido actualidad, en su esencia, los argumentos del anónimo articulista que, si son leídos a la luz de la invasión televisiva y de las nuevas tecnologías que hoy día nos acechan, parecen aún más certeros. Diario de León llega hoy a sus cien años sin perder esa lucidez y caminando de la mano con esas contradicciones básicas que son reflejo de la propia condición humana: el error, el miedo a la verdad, la sumisión, la mediocridad, la autocensura, la mala uva, la revancha... conviven con la voluntad de servicio, con el deseo sincero y siempre tan difícil de acercarse en lo posible a la verdad, con la crítica valiente, sana y constructiva, con la apuesta orgullosa, inequívoca y tesonera por el futuro de León y de sus gentes. En este organismo vivo, que forma parte del paisaje y de la historia leonesa de los últimos cien años, hay hoy unas vibraciones muy especiales. Son las que llegan de esa corriente profunda que conecta con aquellos primeros periodistas que, con mucho más ingenio y tenacidad que medios, escribieron el prólogo de esta aventura que ya se atreve a mirar al 2106. Un futuro que es inquietante, desconocido, pero que sólo merecerá vivirse si por él siguen transitando los espíritus libres.

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