Diario de León

CRÓNICAS BERCIANAS

Ponferrada, ciudad minera

Ponferrada

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DECÍA Antonio Machado que Londres y Ponferrada eran dos buenos lugares para marcharse. Hasta hace unos días, desconocía que el autor de Campos de Castilla hubiera pasado alguna vez por la capital del Bierzo, pero una cita recogida en un libro sobre Londres escrito por Juan Benet, que vivió en la ciudad a finales de los años cincuenta, no deja lugar a dudas. La Ponferrada de principios del siglo XX que debió ver Antonio Machado, y aún más, la de hace medio siglo en la que vivió Benet cuando trabajaba en la construcción de los canales de Queroño y de Cornatel, debía ser una ciudad realmente fea para que el poeta se atreviera a compararla con el Londres victoriano, donde además de niebla, se concentraban las clases trabajadoras en barrios insalubres. Nadie dudaría hoy de la belleza de la capital británica, que comparte la niebla con Ponferrada y quizás fuera esa otra de las razones por las que al poeta andaluz le disgustaban las dos ciudades. Igual que nadie se atrevería a decir hoy que Ponferrada es una ciudad fea. La ciudad ya ha superado ese complejo, desaparecida la montaña de carbón y aquel polvillo negro que ensuciaba calles y fachadas. Y aunque siga siendo un lugar del que la gente se sigue marchando, al menos recibe más población de la que pierde. Todo el mundo sabe que buena parte de esos nuevos habitantes de Ponferrada procede de las cuencas mineras, cada día más despobladas a medida que se agota la actividad de las explotaciones de carbón, y aunque no haya ninguna mina dentro de su término municipal, tampoco nadie le puede discutir su vinculación con el carbón; aunque sólo sea por haber dado nombre a la principal empresa privada del sector y por haber soportado durante décadas el peso y la sombra de la mayor escombrera de mineral que la gente recuerda. Si a Ponferrada la llamaron «la ciudad del dólar» en los años anteriores a la llegada de Benet era en buena medida porque el dinero fluía de las minas y de la quema de carbón para generar energía. Por eso, resulta difícil de aceptar que los negociadores del Plan del Carbón le discutan a la ciudad su vinculación minera y la releguen en el reparto de las ayudas que subvencionarán la instalación de empresas en polígonos industriales al mismo nivel que municipios agrarios que, esta vez sí, nunca tuvieron mayor relación con el carbón ni con los mineros. Es evidente que lugares como Torre del Bierzo o Igüeña, donde la sangría de la despoblación lleva años situando al municipio a la cabeza de los que más habitantes pierde, y que se lo deben todo a la mina, deben recibir las máximas ayudas para incentivar a las empresas. Como Fabero, y como Bembibre, de largo la localidad mejor situada para atraer inversiones empresariales por sus excelentes comunicaciones. Pero también resulta evidente que macropolígonos como el del Bayo no compiten en la misma división que las zonas industriales que se quiere hacer crecer en las cuencas. Y que Ponferrada, -sin llegar al extremo de dejar que toda su estrategia industrial dependa de los fondos mineros- tampoco tiene, ni debe, conformarse con recibir menos.

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