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ROBERTO L. BLANCO VALDÉS
León

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INTEGRAR a los nacionalismos: ese era, al parecer, el desafío cuando los responsables del actual cacao territorial decidieron abrir la segunda descentralización en la que andamos. Se trataba, por supuesto, de un asunto conocido, porque integrar a los nacionalismos había sido ya, en su día, el gran objetivo histórico de la revolución territorial que la Constitución de 1978 trajo de la mano. Es, precisamente, ese paralelismo entre lo que ahora se pretende y lo que hace un cuarto de siglo trató de conseguirse con un inmenso esfuerzo de comprensión hacía las minorías catalanistas y vasquistas, el que fuerza nuestro escepticismo respecto de los previsibles resultados integradores de una segunda descentralización que debería llevarnos a la tierra prometida de unos nacionalismos por fin acomodados en España. Pues, ¿por qué habría de lograrse ahora lo que entonces se frustró? La Constitución transformó nuestro Estado centralista en uno federal, y, pese a ello, los nacionalistas catalanes, vascos y gallegos proclaman con agonía encontrarse en él tan a disgusto como antes. Retengan dos datos para comentar en el café: los funcionarios estatales representan hoy el 23% del total, mientras los autonómicos suponen más del doble: el 49%. El reparto del gasto público en 2005 confirma esa dimensión federal de nuestro Estado: excluida la seguridad social, el 34% corresponde a las administraciones regionales y sólo el 23% a la central. Lo cierto es, sin embargo, que ni esos datos, ni otros muchos que podrían aportarse, han servido para integrar a los nacionalismos periféricos. ¿Por qué? Ya casi nadie se atreve a responder a esa pregunta sin tapujos, por miedo a que le tachen de franquista. Pero como yo no he tenido más relación con el franquismo que la de ser antifranquista, me ofrezco gustoso a contestarla: ni la federalización de España, ni la confederalización que ahora se pretende con la reforma estatutaria catalana, servirán para integrar a los nacionalistas, sencillamente porque los nacionalistas no quieren integrarse: quieren irse... llevándose con ellos, claro está, a sus territorios. Esa es la verdad y todos la sabemos, aunque todos finjamos ignorarla para tratar así de apaciguar a los que llevan veinticinco años sometiéndonos a su chantaje intolerable. Vana pretensión. Mas y Pujol acaban de confirmarlo, por si quedara aún algún ingenuo: con el pacto de tuneado estatutario firmado por CiU y Zapatero aún calentito, el padre y el hijo del actual nacionalismo catalán ya han aclarado que el nuevo Estatut sólo valdrá para unos años y que no colmará sus exigencias. ¿Es que alguien lo dudaba?

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