LA VELETA
La frontera segúnPutin
HAY GENTE cuyo optimismo roza el tupé de los cielos sin que eso conlleve el desmantelamiento de recelos y cautelas. Así, un analista iraní se muestra convencido de que el fin de la República Islámica está próximo, pero exige el anonimato para la manifestación de su convencimiento, y añade una condición elocuente de lo quebradizas que pueden llegar a ser sus convicciones: «siempre y cuando Estados Unidos no meta la pata». Esa es, en realidad, la novedad. Aparece, por un lado, la conciencia de que Estados Unidos puede meter la pata. Y se perciben, por otro, unos fuertes indicios de que lo mejor que puede hacer Estados Unidos para no meter la pata es quedarse lo más quieto posible. En ese razonamiento más o menos instintivo, los efectos de la inmovilidad tardarían muy poco en incorporarse a las hipotéticas ventajas de un aislacionismo que forma parte indudable de la nostalgia americana y, también, de su utopía. La UE, que de nostalgia sabe poco y de utopía tan sólo lo retóricamente imprescindible, también se inclina por la fórmula de estarse quieta mediante la aplicación de un programa no escrito cuyo propósito es evitar la toma de iniciativas. De modo que a uno y otro lado del Atlántico Norte, las potencias se fijan en Afganistán y en Irak, echan cuentas, miran a Irán, Corea y China, siguen echando cuentas, y llegan a la conclusión de que estaría muy bien no mover un dedo. Pero la quietud en la política es como el vacío en la naturaleza, una situación ideal o meramente especulativa, o un simple compás de espera, más o menos dilatado. Al cabo, siempre hay alguien que se mueve y llena el escenario con una actividad cuya sorpresa acarrea casi siempre algo de alivio y el disimulo de la impaciencia con que algunos esperaban semejante aparición. Es lo que ha hecho Putin al rizar con su invitación a Hamás el rizo que mantiene con la cuestión atómica en Irán. Hay quien señala en la iniciativa del líder ruso una ruptura de la actitud del Cuarteto (UE, USA, ONU y Rusia) frente a los islamistas y el terrorismo. Hay quien la considera un intento de desdramatizar el escenario en el que podría parecer que se habla de Israel cuando, en realidad, se podría estar hablando de Chechenia. «¿Qué diría Putin -se preguntaba hace unos días el ministro de Transportes israelí; Meir Shitrit- si Israel invitara a dirigentes de Chechenia?». Es una buena pregunta, sobre todo si se piensa que Putin es hombre parco en palabras pero largo en el pago de los servicios que se le hacen, y experto en guardar la ropa en varios sitios a la vez, sin nadar en ninguno.