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León

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NO SÉ si antes del cristianismo existía el perdón,  pero indudablemente prevalecía la  ley del ojo por ojo,  más práctica para el día a día. Es el cristianismo quien lo convierte en la gran fuerza dialéctica de la condición humana. Perdonar. Un acto tan poderoso, que ni siquiera necesita del perdonado. Juan Pablo II perdonó al terrorista que disparó contra él,   pero Agca siguió en la cárcel y aún sigue allí, pues el perdón no implica que no haya justicia, sino que el corazón tiene sus propias leyes. Cuando uno piensa en las declaraciones de los terroristas y de sus afines, pero también del nacionalismo, detecta que hay siempre una ausencia enfermiza de sentimientos de culpa. Los fanáticos siempre proclaman sus sufrimientos, o todo lo más uno colectivo y abstracto que iguala a víctimas con verdugos, pero nunca les escuchamos una petición de perdón, reconocer el daño que ellos o su causa han provocado. Perdón y justicia no son valores antagónicos, aunque tampoco es fácil combinarlos. Aquí es donde el cristianismo actúa como antorcha de la humanidad, en antes y después, en  heroica propuesta. No logré comprender la guerra civil hasta que descubrí que debía interpretarla como una historia de las conductas. Existe una jerarquía de los actos. Existe una jerarquía del espíritu. También, el difícil y misterioso perdón, que, en efecto, ni siquiera necesita del beneplácito del perdonado. Existe la justicia, pilar de la democracia. La soledad del mando no es una leyenda urbana, sino el pesado fardo de quien decide por nosotros y para nosotros, sin suplantarnos.

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