Diario de León
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León

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Como lector habitual de su periódico y vecino del pueblo de Lario, leo con asombro el artículo publicado por ustedes el día 22 de febrero en el que se recoge a mi parecer, con excesiva relevancia, la denuncia de otro vecino, Teodoro Cimadevilla, por «haberle borrado del padrón del pueblo por impago de la cuota vecinal anual», hecho totalmente cierto, ya que este vecino la había abonado a través de un ingreso bancario, utilizando un número de cuenta sin apenas movimientos por parte de la Junta Vecinal y sin que la misma recibiera en ningún momento justificante del mismo, por lo tanto, sin que tuviera conocimiento del pago, cuando el procedimiento habitual ha sido siempre abonarlo en efectivo al secretario. Además, en ningún momento Teodoro comunica al presidente de la Junta Vecinal o a cualquier miembro de la misma que hubiese pagado dicha cuota usando otro procedimiento, sumado a esto que el domingo, 12 de febrero, se celebra un Concejo en el pueblo de Lario, a cincuenta metros de su casa, y no asiste, haciéndose público el supuesto impago y la consiguiente publicación en el tablón de anuncios, es decir, no le convenía defenderse haciendo de esa manera pública su trama. Resumiendo, esto se llama actuar con premeditación, buscando las argucias para poder denunciar como sea a la Junta Vecinal, contribuyendo también y una vez más al malestar de este pequeño pueblo. ¡Qué pena! José Ignacio Puerta Reyero (Lario ). En un estado justo, siempre es de ley que pague más, quien más tiene. Sin embargo seguimos perdonando a la Iglesia no sólo la forma en la que ha adquirido la mayor parte de sus riquezas, sino también su privilegio a no contribuir a la economía de un país con los impuestos que le corresponden. ¿Acaso hemos de olvidar que nos hicieron creer que en el cielo sólo había sitio para 144.000 elegidos y que la mejor forma de ganar uno de estos puestos era con donaciones generosas? ¿Acaso no leemos a San Agustín, principal pensador de la Iglesia, que preconizó que todo cristiano debía dejar «la parte de un hijo a la iglesia», «tu familia lo lamentará, pero los ángeles se regocijarán contigo»? ¿Acaso hemos de olvidar que pagando una bula al párroco ya no estaba prohibido comer carne? Y si olvidar esto fuera poco, vayamos a ver la catedral de Burgos: ¡pago! Si queremos un guía que nos la enseñe, pagamos un poco más (aunque esa señorita la contrate la Junta con los impuestos de todos). Si la contribución de la Iglesia como obra educativa es ésta, la de cobrar por enseñarnos sus pertenencias, sus riquezas, su supremacía y su proceder ostentoso... pienso que sería de buen cristiano no sólo pagar, sino repartir. M arco (En el debate de diariodeleon.es).

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