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CARLOS G. REIGOSA
León

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EL EX MINISTRO israelí Shlomo Ben-Ami abre su último libro, Cicatrices de guerra, heridas de paz , con una frase incombustible pronunciada por Churchill en la Mansion House el 10 de noviembre de 1942, en plena II Guerra Mundial: «Quede claro que esto no es el fin. No es ni siquiera el principio del fin. Podrá ser, tal vez, el fin del principio». Aparte de que la cita pueda relacionarse con alguna afirmación reciente del presidente Zapatero respecto de ETA, en el caso de Ben-Ami alude a lo que él llama «la tragedia árabe-israelí», que no parece tener fin. Y no tiene fin, dice, porque «el choque entre los miedos judíos y la retórica bélica árabe siempre es una receta infalible para conseguir el efecto de una reacción química fatal». Algo que se repite en el curso de cada proceso de paz israelo-palestino, como una maldición bíblica. Ben-Ami es un brillante político israelí que no ahorra críticas a los judíos ni a los palestinos. Tiene claro que la culpa del actual estado de cosas es de ambas partes. Así rechaza la altivez y el desdén de Moshé Dayán, mítico ministro de Defensa israelí, cuando decía en la BBC: «Si algo molesta a los árabes, ya saben dónde encontrarnos». Y rechaza la torpeza de Yasser Arafat al combatir «la conspiración de Camp David», en vez de sumarse a la gran oportunidad que significaba aquel acuerdo. Marchas hacia adelante y hacia atrás sin salir del túnel del conflicto. Ben-Ami considera que Israel está preparado para un acercamiento pragmático a la paz, como ha demostrado el proceder postsionista de Sharon en Gaza. Y cree que los palestinos también entrarán en una etapa de realismo sabio y prudente, para lograr un acuerdo que, según él, deberá ser refrendado, no sólo por los políticos, sino también por las sociedades. Muchos israelíes son conscientes de que «un pueblo palestino deseoso de libertad y dignidad vive bajo ocupación», y también de que otra apabullante victoria sobre los árabes no traería la paz. ¿Ha cambiado todo con la victoria de Hamás? Parece deducirse que no, porque los enemigos siguen siendo la falta de realismo y el exceso de ideologías. Después de leerlo, uno cree que, con muchos como él, la paz aún es posible.

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