CANTO RODADO
A mi padre, un buen pastor
CAPOTE de paño pardo, zurrón de cuero y piel de oveja, cacha, boina, la navajina y, entre los dedos, el cigarro amarilleando su piel. Los careas respondían, perros fieles y obedientes, a su silbido y corrían veloces detrás de la china para espabilar a las borregas perezosas. Le veíamos llegar, desde lejos, envuelto en una nube de polvo y al frente del rebaño. A veces nos picaba el cuerpo porque acabábamos de mullir el aprisco y nos prestaba, a Francisco y a mí, tirarnos encima de la paja saltando por aquel bocarón que se abría en el techo para la labor. Muchos días le busqué, en La Serna, el Jano de Armunia o en El Ferral, con el serillo traqueteando en el asiento de atrás de la bicicleta, o a pie y con el ceño fruncido (¡mira que eres protestona!, me decía) porque perdía de ver los dibujos animados de los sábados. Luego, alrededor de la hoguera nada tenía que hacer la tele en blanco y negro al lado del sabor y el calor de las patatas asadas en las brasas. Cuánto afán por la vida, papá. ¡Hala, vamos a regar el huerto!, decía en verano. Luego regresaba a la majada a ordeñar. Los dedos se fueron deformando, año tras año, de tanto apretar las ubres. Sólo el día 29 de junio, festividad de San Pedro descansaba. Cuando llegaba este mes, ataba las ovejas por las patas y comenzaba el esquileo; salían vellones y vellones blancos y alguno negro; qué gusto daba tocarlos, aunque otra cosa era lavarlos. Lo sabe bien mamá que tomaba parte en el oficio, cuajando leche para hacer el queso. El quesín con pan, qué sabroso, y, llegado el tiempo de vendimias, uvas con queso que saben a beso, reíamos. Todos, incluso los nietos y nietas, hemos heredado el capricho del queso. La cacha, otra, no aquella que hacía doblegando la madera con cuerda y fuego, sigue allí colgada. Aún le ayudó en los últimos tiempos, cuando todo el frío que aguantó en su oficio errante se le echó encima con la debilidad de la enfermedad. Casi nunca le ví marchar. Siempre volvía, con nueces, castañas, setas o berros en la mochila. Por eso ahora, papá, resulta tan difícil el inexorable adiós de la vida. Cuídenos desde donde quiera que esté.