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TRIBUNA

El Taller de Vidrieras de la Catedral de León

Publicado por
Javier Ramos Guallart
León

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La ayuda financiera de Caja España, la supervisión de las obras por la Consejería de Cultura de la Junta de Castilla y León y la participación del Cabildo Catedralicio en la gestión activan el interés institucional por la restauración de las vidrieras de la Catedral de León, reflejando en un convenio su decidida colaboración. El convenio firmado, por el que la Junta de Castilla y León cede al Cabildo la gestión directa del presupuesto destinado a la restauración de las vidrieras, presupone el visto bueno de la Consejería de Cultura a la intención de abordar de manera singular esta restauración. Pues de no ser así, las obras en la Catedral, uno de los monumentos más importantes de la Comunidad, deberían seguirse proyectando, contratando, dirigiendo y ejecutando desde la gestión y bajo los procedimientos administrativos de la Junta de Castilla y León o de la Fundación del Patrimonio Histórico, con las garantías de fiscalización, publicidad y pública concurrencia que determina la Ley de Contratos con las Administraciones Públicas, con la esponsorización, como en este caso, de las entidades financieras que como Caja España, desean colaborar en el proyecto. El Cabildo de la Catedral, «en aras de la transparencia del procedimiento», consideró que la mejor manera de abordar la restauración de las vidrieras era mediante la fórmula del concurso entre empresas contratistas con clasificación K-7-E, clasificación que habilita a las empresas a realizar intervenciones de restauración sobre el patrimonio arquitectónico con un importe elevado, pero a la que los restauradores de obras de arte no pueden acceder. Y aquí se tomó una equivocada decisión, pues las delicadas vidrieras son consideradas bienes muebles (similares a obras de arte, no a edificios) en el mundo de la restauración. No sólo el objeto de las obras y la relación de los trabajos objeto del concurso están casi exclusivamente relacionados con la restauración de las vidrieras, (desde el desmontaje, análisis, estudio, limpieza, reintegración de vidrios y reemplomados¿.etc. hasta su colocación de nuevo en los ventanales del presbiterio y triforio, incluida la redacción de un proyecto previo y de una memoria de la intervención), sino que el pliego de condiciones del concurso convocado por el Cabildo es el utilizado habitualmente por la Fundación del Patrimonio Histórico para la contratación de especialistas en la restauración de obras de arte. Y estos pliegos de condiciones, como los similares de la Consejería de Cultura, se diseñaron hace bastante tiempo para evitar, precisamente, que la restauración de obras de arte incluidas en un edificio tuvieran que ser subcontratadas a restauradores por la empresa dedicada a la restauración general del edificio, es decir, de la piedra. Como en todos los casos de restauración de obras de arte (pinturas murales, retablos¿etcétera), habrían sido los propios restauradores quienes habrían subcontratado después los trabajos auxiliares, como la colocación de andamios, la fabricación de unos marcos metálicos para los paneles y la instalación de vidrios de protección, tareas necesarias y recogidas en el objeto del concurso del Cabildo pero que en su conjunto no suponen sino una parte muy pequeña del presupuesto y trabajo que ahora se quiere contratar. Así las cosas, el anuncio de la convocatoria del concurso es publicado en los diarios locales. Para una obra tan especializada y de suma trascendencia cultural, es de suponer que, con la mediación de una Administración (Junta de Castilla y León, Ayuntamiento de León¿etc) este anuncio también fue publicado en el Boletín Oficial de Castilla y León o al menos en el Boletín Oficial de la Provincia. Pues de no ser así, se ha mermado la posibilidad de contar con la participación de las empresas más especializadas del país, y se vería seriamente afectado también uno de los principios de la deseada transparencia, como son la publicidad y pública concurrencia. Para gestionar mediante concurso una intervención en la Catedral, -como hace habitualmente la Fundación del Patrimonio o la Consejería de Cultura de la Junta de Castilla y León en virtud de sus competencias-, lo deberían haber hecho éstas, con mayores garantías, medios y criterio. Pero aun siendo desafortunados los hechos comentados hasta aquí, la convocatoria realizada por el Cabildo ha dejado fuera de juego, como mínimo, a aquellos especialistas que han demostrado sobradamente su capacidad, dedicación, experiencia y resultados en la difícil restauración de las vidrieras de la Catedral de León, con mayor autoridad que la que puede otorgar ninguna clasificación. Al no existir ninguna Escuela de Restauración en España donde se puedan adquirir los conocimientos que exige la restauración de vidrieras históricas, el mejor aprendizaje es la práctica tutelada y el desarrollo de la metodología necesaria, actividades en las que el equipo del Taller de Restauración de Vidrieras de la Catedral de León trabajó durante los últimos diez años. Como piensa el administrador de la Catedral, puede suponerse que los especialistas del Taller de Restauración de Vidrieras serán subcontratados por la empresa ganadora del concurso, como resultado de las recomendaciones que el Cabildo pueda transmitir a ésta. No será fácil, pues la restauración de las vidrieras constituye casi el objeto único del contrato, y las condiciones del concurso exigen que no se pueda subcontratar más allá del 50% de las obras. Aunque esto fuera posible, -y eso a costa de dedicar sólo la mitad del presupuesto a la contratación de este equipo y por tanto a la restauración efectiva de las vidrieras tal y como se venía ejecutando-, olvida el administrador del Cabildo que un contrato supone plazos y precios, ya que una empresa tiene que vigilar su cuenta de resultados. No son éstas las mejores condiciones para continuar la extraordinaria labor que el Taller de Restauración de Vidrieras de la Catedral de León comenzó hace ya diez años. Una mirada hacia atrás. 1992, comienza el mito: En León surge un movimiento ciudadano a favor de la conservación de la Catedral que en pocos meses iba a asombrar a todo el país. El aval de un puñado de reconocidos leoneses, una dispuesta Escuela Taller, unos técnicos apasionados, un millar de donaciones, de personas casi siempre anónimas pero volcadas en sumar la energía colectiva y el presupuesto suficiente para salvar las vidrieras de la Catedral, para proteger sus fábricas, para limpiar y poner en orden sus cubiertas. Colaboraron en ello grupos de rock y de folk, colegios e institutos, todos los medios de comunicación, todos los partidos políticos y muchas instituciones, públicas y privadas. No hubo concursos. Fue Luis García Zurdo quien reunió a los miembros de la Comisión Asesora de la Campaña, quien dibujó el cartel que invadió los comercios y las calles de la ciudad convocando la solidaridad de los leoneses con su Catedral; fue Zurdo quien, designado por esta Comisión, contagió el entusiasmo de la ciudad a los mejores especialistas europeos en la conservación de vidrieras y con los que Zurdo diseñó la metodología necesaria con que abordar el desmesurado trabajo que se quería emprender. Y fue el obispo de León, Antonio Vilaplana, quien mejor ent endió la idea de Zurdo, la necesidad de crear un propio y estable Taller de Restauración de Vidrieras en la propia Catedral. Diferentes miserias acabaron con la Campaña «Salvemos la Catedral». Pero el Taller de Restauración de Vidrieras de la Catedral siguió latiendo. A veces, apoyado sólo en la voluntad de los profesionales que lo integraban y no siempre retribuidos por ello. Durante estos años, la calidad y el rigor metodológico de los trabajos realizados mereció el reconocimiento de cuantos especialistas visitaron el taller y el apoyo de instituciones internacionales como el «Corpus Vitrearum». Con altibajos, se mantuvo abierto gracias a la Asociación Concale, al Banco Europeo de Inversiones, a Caja España, a la Universidad. Como suele suceder, fallaron los medios que desde la Administración y desde el Cabildo podrían haberle procurado estabilidad. Pero el Taller de Vidrieras de la Catedral de León ya era un mito, y por ello no debiera desaparecer. Joseph Conrad, en El espejo del mar, escribía: «El lado moral de una industria, productivo o improductivo, el aspecto ideal y redentor de este ganarse la vida, consiste en la consecución y mantenimiento de la mayor pericia posible por parte de sus artesanos. Tal peric ia, la pericia de la técnica, es más que honradez; es algo más amplio, un sentimiento elevado y claro, no enteramente utilitario, que abarca la honradez, la gracia y la regla y que podría llamarse el honor del trabajo. Está compuesto de tradición acumulada, lo mantiene vivo el orgullo individual, lo hace exacto la opinión profesional, y como en las artes más nobles, lo estimula y sostiene el elogio competente. Hay un tipo de eficiencia, sin fisuras prácticamente, que puede alcanzarse de modo natural en la lucha por el sustento. Pero hay algo más allá: un punto más alto, un sutil e inconfundible toque de amor y de orgullo que va más allá de la propia pericia; casi una inspiración que confiere a toda obra ese acabado que es casi arte, que es el arte.» Con estos principios, de los que fui, como muchos leoneses, privilegiado testigo, se trabajó en el Taller de Restauración de Vidrieras de la Catedral creado por el obispo de León y Luis García Zurdo. Estos principios deberían seguir siendo condiciones para permitir tocar las vidrieras de la Catedral. Pero como no están recogidos en el pliego del concurso convocado puesto que no tendrían precio, y puesto que a quienes trabajaron así ya los tienen en casa, sugiero a los miembros del Cabildo que declaren desierto el concurso y que hagan lo posible para adoptar, esta vez para siempre, el Taller de Restauración de Vidrieras como parte de la propia Catedral, como ocurre con el Museo Catedralicio. Como hace el Cabildo de la Catedral de Sevilla para mantener su propia Catedral, nombren el director de tan singular empresa, seleccionen y contraten a las personas necesarias para mantener vivo el Taller, y exhiban después, con orgullo, el honor que el destino les ha brindado para asegurar el futuro de nuestras hermosas vidrieras. Si el convenio no se utiliza para hacer las cosas de otra manera, si el Cabildo renuncia a la posibilidad de afianzar lo que ya funcionaba bien, será difícil explicar la inhibición de la Consejería de Cultura en la gestión de la restauración de las vidrieras, y difícil estabilizar la financiación de Caja España ante la alarma social que el concurso del Cabildo ha provocado.

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