CRÓNICAS BERCIANAS
Micrófonos de luto
LOS PERIODISTAS de Radio Nacional de España en Ponferrada están de luto. Se les muere la emisora. Y han decidido vestir sus micrófonos con lazos negros para advertir a todos de que los nuevos planes que la dirección de Radio Televisión Española tiene para la cadena apagarán casi con toda probabilidad la voz de una emisora que lleva más de medio siglo emitiendo desde Ponferrada. Resulta paradójico que una ciudad que presume de tener abierto el Museo de la Radio más importante de Europa, donde se entregan unos premios nacionales que llevan el nombre de Micrófonos de Oro, que ha dedicado plaza y busto a un locutor que han marcado una época en la historia de la radio española, Luis del Olmo, y que se ha volcado para reconocer el mérito de dos pioneros de las ondas locales, y me refiero a Ignacio Linares y a Yolanda Ordás, vaya a perder una de sus voces más antiguas; la de los profesionales que emiten desde la calle Ave María. Y resulta preocupante que en un momento en el que los medios de comunicación apuestan cada vez más por la información local, la cadena pública se bata en retirada. Me resisto a creer que el saneamiento económico de un ente mastodóntico como es Radio Televisión Española pase por el cierre de emisoras, antes que por una optimización de los recursos de los que dispone, sin prescindir de nadie. Me llamarán ingenuo si todavía les digo que me creo aquello de la función social de los medios de comunicación. La historia de Radio Televisión Española también es el relato de la falta de respeto de los sucesivos gobiernos de turno a la independencia que sus profesionales. Haber quien es el tonto que renuncia a controlar un aparato de propaganda tan po tente, es el razonamiento bajo cuerda que ha servido a unos y a otros para justificar su intervención en la cadena nacional y en los medios que han ido naciendo como correa de transmisión de los poderes autonómicos. El Gobierno actual presume de que eso está cambiando. Y le aplaudo la intención. Pero se equivoca si la revolución que pretende introducir en la gestión del medio llega al extremo de cerrar emisoras como la de Ponferrada en lugar de aplicar una estrategia informativa que le lleve a recuperar el espacio perdido entre la audiencia. Y si la rentabilidad económica fuera inalcanzable, el argumento de que la cadena pública es un elemento vertebrador de este país también me vale. Y aún me vale más el razonamiento que defiende la continuidad de la emisora porque existen pueblos en Los Ancares y en La Cabrera donde sólo se puede sintonizar la radio pública. Se echa de menos alguna voz en el PSOE berciano que se atreva a discrepar públicamente. Y no me extraña que los populares, -que en esto nunca han sido mejores que los socialistas, por mucho que presuman de lo contrario- hayan aprovechado la coyuntura para convertir el más que probable fin de las emisiones desde Ponferrada en un arma política arrojadiza. Si ya resulta difícil que los dos grandes partidos se pongan de acuerdo en un asunto de gran calado como es el final del terrorismo, pedirles consenso sobre un tema de menos vuelos es como dar de comer margaritas a los cerdos.