De aquí

EL DEAQUISMO (no se molesten en buscar el término: me lo acabo de inventar) es uno de los grandes males de nuestro tiempo, al que todos engordamos consciente o inconscientemente y que si en un país de tendencias federalizantes como el nuestro roza el absurdo, en una comunidad autónoma inexistente como la nuestra alcanza extremos delirantes. Hace unos días se nos planteaba en Valladolid la obligación de programar un espectáculo que tira más bien a mediocre pero con precio de gran musical con el demoledor y contundente argumento de que los autores eran «de aquí». Diariamente nos tragamos exposiciones lamentables, libros infumables o conciertos penosos que ocultan sus miserias bajo el manto mágico de que, como son de aquí, no nos queda más remedio que soportarlo, pagarlo e incluso alabarlo. Comunidades autónomas conozco, y no muy lejanas, que han dilapidado su inmenso potencial cultural en el acomodaticio, protegido y cerrado mercado local, que debe priorizar, por supuesto, lo que «de aquí», independientemente de la calidad del producto ofrecido. Paradójicamente, aquellos creadores con talento, capaces de dejar de sacarse pelusas de su propio ombligo, son los principales perjudicados por esta política en la cual, por un fenómeno químico digno de un mejor estudio, se crea un caldo de cultivo en el que medran preferentemente los sujetos más mediocres, que han desarrollado un agudo sentido de la orientación por los pasillos «de aquí». Y los que nunca nos hemos preocupado por la partida de nacimiento del personal, andamos buscando como posesos un mapa «de aquí» para ver si de una vez nos orientamos.