DESDE LA CORTE
Hacer ciudadanos libres
LA DIRECCIÓN de este diario me pide que haga hoy una excepción en la crónica habitual para hablar de la labor que Diario de León y otros periódicos desarrollan dentro del programa La prensa en la escuela . Y lo hago con gusto, porque se trata de una tarea apasionante, que nunca glosamos, quizá por la modestia que impone el hecho de ser nuestro trabajo. Se trata de uno de los tres principios que nos han inculcado a los periodistas: formar, informar, deleitar. El primero ha sido el más olvidado. A veces, marginado, por dos razones crueles: una, comercial, basada en que lo educativo, como lo cultural, «no vende»; la otra, orgullosa, fruto de la aplicación de la sentencia que proclama que un periódico no tiene por qué asumir funciones que corresponden a otras organizaciones sociales o estamentos del Estado. ¿Ah no? Pues, aunque no se le proponga, educa. Es, en el fondo, esa asignatura que quieren implantar de formación cívica. La prensa es la clase diaria de geografía que cada mañana nos muestra los países del mundo y que hace sólo tres días mostraba esa catarata que acaba de ser descubierta y tardará años en estar en los libros. La prensa es la narración de la historia más contemporánea, la historia vigente, con sus interioridades y los detalles que ahora nos parecen pequeños. La historia de verdad, la de los libros, sólo aportará la perspectiva del tiempo. Y un periódico es, sobre todo, un escenario donde se hacen ciudadanos. Detrás del combate ideológico que narran las páginas de política se esconde la formación de una opinión pública que cada cuatro años decide el futuro de su país. Detrás de sus crónicas de sociedad se ofrecen modelos de comportamiento, aunque ahora aparezcan desfigurados por la aparición del famoso y la exaltación del holgazán que tiene como oficio principal vivir de su propia fama y la explotación de su vacía intimidad. Pero el hecho de distinguir esos oficiantes de la golfería de los auténticos líderes sociales es una de las tareas más hermosas que en este tiempo se reserva al formador de opinión. Y un periódico es el reino de la palabra: el que enseña a usarla, aunque a veces la usemos tan mal; el que demuestra que las batallas se pueden ganar con palabras; el que tiene vocablos para denunciar al corrupto y al inepto y para ensalzar la nobleza de sentimientos; el que eleva al meritorio y denuncia la maldad; el que mueve la compasión ante la niña maltratada y exige que se haga justicia al maltratador; el que consiguió que fuera verdad aquel dicho que frena especulaciones: «Al final, se acaba sabiendo». Todo eso, y mucho más que eso, forma parte de la educación. De la educación más hermosa: la que hace ciudadanos en libertad.