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Publicado por
MANUEL ALCÁNTARA
León

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ALGUNA vez tenía que ser la primera. Nunca, en la aguerrida y sangrienta historia de las SAS, Fuerzas Especiales Británicas, la abandona uno de sus miembros. Si estuviera vivo Rudyard Kipling le daría un síncope. ¿Cómo es posible que un soldado del Imperio se niegue a luchar por lo que ahora se entiende por Imperio, que es sólo una sucursal? El caso es que un muchacho de 28 años, que ha pasado parte de su vida esquivando la muerte en Irlanda, Macedonia y Afganistán, ha dicho eso de que «hasta aquí hemos llegado». No es un desertor, sino un converso. Ben Griffin es un tirador de élite que se niega a seguir disparando. Dice que Estados Unidos trata a los iraquíes como «subhumanos». En su opinión, la guerra de Irak es ilegal. No sólo como todas, sino más que ninguna. El motivo que se adujo para iniciarla era más falso que un dólar de madera: la acumulación de armas de destrucción masiva. Centenares de inspectores a sueldo, más horas extras, confirmaron la inexistencia de los arsenales. No había allí polvorines, sino panoplias de orinientos alfanjes. ¿Por qué decidieron devastar el país regido por el indeseable sátrapa? A él no le hubiera dado tiempo a matar a tanta gente, a pesar de que tenía mucha práctica. Que un soldado hable de problemas de conciencia no denota que haya decaído el ardor guerrero, sino que ha aumentado la introspección. En vez de mirar siempre a la bandera, algunos miran también hacia dentro. Los marines, donde ya se han registrado cerca de 500 deserciones, no han leído a Kant, que decía que las dos cosas que más le asombraban eran la contemplación de la noche estrellada y escuchar la voz de su conciencia.

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