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Publicado por
FERNANDO ONEGA
León

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«POBRECITO mi patrón, piensa que el pobre soy yo», decía la canción de Alberto Cortez. Hoy tendríamos que repartir su letra por ciudades y pueblos de Galicia, para levantar la moral ciudadana. Y es que el gobierno, a demanda de María Jesús Sáinz, se ha puesto a contar los gallegos que viven por debajo del umbral de la pobreza, y le salen 577.380, ni uno más ni uno menos. ¿Muchos, pocos? La simple existencia de un pobre, ya es un exceso. Más de medio millón, una barbaridad. Pero, aplicando el lenguaje de Stalin, que en su paz descanse: un pobre es una desgracia; medio millón, una estadística. ¿Qué sabrán de pobres quienes los reducen a un número, y eso porque lo pregunta una diputada? Los pobres de hoy no son sólo quienes no alcanzan determinada renta. Son los que, teniendo buenos ingresos, viven en un entorno social degradado. Son los que sufren rechazo. Son los que, a igualdad de ingresos, dependen mucho más del mercado, porque no tienen ni un huerto que les dé sustento primario, ni una gallina cuyos huevos puedan comer. Los pobres urbanos son, en ese sentido. mucho más menesterosos que los pobres rurales. Ellos sí que sienten la sensación del hambre en plena sociedad del bienestar cuando llega el día 20 de cada mes. ¿Estoy llamando con ello al conformismo de la sociedad gallega en este día en que han contado las personas del umbral de la pobreza? ¡Dios me libre! Lo único que quiero decir es que esa estadística no puede ser explotada para el pesimismo. Lo que quiero pedir es que una estadística de pobres no haga cundir el pánico, ni nadie levante banderas de desigualdad territorial: según Cáritas, unos ocho millones de españoles viven bajo ese umbral, que es el umbral más concurrido de España. Los 577.380 serían, por tanto, la cuota de pobreza que nos corresponde. No estamos más ni menos castigados que el resto de las comunidades. No tenemos más ni menos «gente de poco», que decía el viejo romance. La realidad gallega es igual de injusta que la española. Porque nadie puede hablar de justicia con más de un 20 por 100 de población necesitada. Lo que hay que evitar es que se cumplan algunas maldiciones históricas. Por ejemplo, que la sensación de pobreza crea más pobreza, igual que dinero llama a dinero; o que «el cielo no quiere nada con los pobres» (Blas de Otero), porque ello significaría que el cielo del poder político seguiría marginando a Galicia; o que estas apariencias de país de pobres nos devuelvan a la actitud humillada que retrató Bertolt Brecht: «no tardéis tanto en comer, que se nos enfrían las sobras». Es decir, no tardéis tanto en discutir los ingresos de Cataluña o los excesos presupuestarios de Madrid, que las migajas nos llegan heladas.