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Publicado por
MANUEL ALCÁNTARA
León

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HAY enfermedades mucho más rápidas que quienes se han especializado en su curación, del mismo modo que existen fármacos menos efectivos que algunos virus. Hay que aceptar que las cosas sean así, pero no que lo sean siempre. Todos los ministros de Sanidad del último medio siglo han prometido que reducirían el tiempo de las listas de espera con la misma buena intención que todos los ministros de la Vivienda prometían que iban a acabar con el chabolismo. La situación actual es que uno de cada cuatro pacientes tiene que aguardar más de un trimestre para tener una idea aproximada acerca de si va a seguir perteneciendo al mundo de los vivos o se verá impulsado a habitar el populoso reino de los cielos. Quien espera desespera y cuando se espera algo o a alguien los relojes cambian su implacable conducta. El tiempo ya no es distancia, sino sentimiento. Mi inolvidable amigo Pedro Laín estudió muy bien lo que él llamaba «estado de alarma» que sufren los enfermos y que también afecta a algunas personas que rebosan salud, o sea, a los enfermos que ignoran su verdadera situación. Estar sano no presagia nada bueno, pero tampoco resulta tranquilizante que te pongan en una lista donde cada uno ingresa siendo el último de la clase. Casi en ningún caso clínico existe el «riesgo de fuga», que ha hecho que el juez Grande Marlaska ordene vigilancia domiciliaria a Otegi. Los pacientes están obligados a serlo en grado sumo, sea cualquiera su grado de enfermedad. Deben consolarse pensando que son muchos los que han salvado sus vidas gracias a no ser intervenidos a tiempo.