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Publicado por
MARÍA J. MUÑIZ
León

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QUÉ DEJARÁN allí cuando ponen tanto empeño y se abandonan a merced de inclemencias naturales y mafias para acceder al desolador panorama que les espera aquí. Cuando saben que lo que les aguarda no es lo prometido, que quienes les ofrecen el fraudulento billete de ida no les consideran otra cosa que mercancía renovable e inagotable. Cuando cruzan mares en cascarones desde los que contemplan los cadáveres de quienes antes que ellos lo intentaron. Cuando llegan, los que llegan, no donde ansiaban, sino donde les esperan desbordadas autoridades que apenas les abrigan tiempo suficiente para devolverles al punto de partida más en la miseria, si cabe. Pero no hay alambradas, ni fronteras aéreas, ni mafias perversas, que no estén dipuestos a sortear quienes aspiran a realizar el sueño europeo. Llegan por miles, los más llamativos los africanos que chapotean en pateras (ahora, más de actualidad, los cayucos), pero filtrándose en realidad por cada poro que descuidan las fronteras del ansiado primer mundo. En ciudades como León el fenómeno, de momento, no resulta tan visible. Pero un paseo por las grandes urbes evidencia una aplastante presencia de razas y rasgos de gentes procedentes de latitudes donde las necesidades son mayores que el miedo al salto al vacío. Los expertos insisten en que sólo se puede detener el éxodo mejorando las condiciones en los países de origen. Planteamiento egoísta, pero lógico, aunque desde luego no apto para las urgencias que nos ocupan. Mientras, no vale mirar para otro lado. Mires donde mires, las presencias son ya ineludibles.

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