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Publicado por
FERNANDO DE ARVIZU
León

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DALLAS, 22 de noviembre de 1963. En coche descubierto, el presidente Kennedy y su esposa enfilan la calle Elm. Es uno de los muchos viajes que la pareja está haciendo preparando su segundo mandato electoral. Texas es un estado republicano, Kennedy es demócrata, así que el entusiasmo es más bien moderado. En mitad de la calle, varios disparos hieren al presidente, que fallecerá poco después en el hospital. A partir de ahí, todo está confuso, sujeto a discusión y a una controversia que dura más de 40 años. Inmediatamente es arrestado Oswald, un activista psicológicamente inestable, al que se acusa de haber matado al presidente con tres disparos de un rifle de segunda mano y sin catalejo. Se dice que Oswald era amigo de Rusia. No hace falta más: ¡han sido los comunistas! Incluso se acuñaron monedas de 25 centavos con la efigie de Kennedy y la hoz y el martillo en su cuello. Era la versión oficial, pero las cosas empezaron a complicarse ¿Por qué la ruta presidencial fue mal elegida y casi sin protección? ¿Cómo pudo Oswald herir al presidente desde su emplazamiento en el edificio, si en el momento de los disparos se interponía la copa de un árbol? Ni siquiera un tirador de élite podría tener éxito. Además, gracias a un video de Abraham Zapruder -que se mantuvo oculto durante años a la opinión pública- se observan movimientos extraños de la gente en dirección a un montículo situado a 20 metros del coche presidencial. Testigos presenciales dicen haber oído disparos desde esa dirección. Otros sugieren que además de los de Oswald, en el sexto piso del edificio, se habían oído otros a la altura del segundo piso. Las investigaciones comienzan. Oswald es detenido casi inmediatamente. Dos días después, un hampón llamado Ruby, vinculado a la mafia, pasó fácilmente el cordón policial y asesinó a Oswald, cerrándole la boca para siempre. El mundo entero lo vio por televisión. R uby fue juzgado y condenado. Murió en prisión sin revelar nunca el móvil de su crimen. Por ese lado no quedó ningún cabo suelto. Se constituyó una comisión de investigación presidida por Earl Warren, presidente del Tribunal Supremo. El informe final se resume así: Oswald actuó sólo. Obedecía a sus ideales fanáticos. No hay evidencias de más tiradores. No puede pensarse en conspiración alguna. Años después se sabría que el presidente Johnson, sucesor de Kennedy, había sugerido a Warren esta línea de trabajo. Era mejor no levantar más olas, porque después de los misiles de Cuba no podía tolerarse ni siquiera la suposición de que en el país más poderoso de la tierra se arreglaban los problemas políticos mediante el asesinato. Así la sociedad se encontró con una «verdad» servida en bandeja, que no salpicaba a nadie: un solo culpable, un «pringado» que no estaba en sus cabales. La justicia no pudo proceder contra él porque le habían matado. Condenó al asesino, que se pudrió en la cárcel con la boca cerrada, en gesto de admirable fidelidad no se sabe a quién. Y los documentos, clasificados de secretos hasta el 2025, se han vuelto a reclasificar de cómo tales indefinidamente. Hoy no concluyo con un enigma, porque todo el artículo lo es, y tiene su paralelo en España.

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