Diario de León

DESDE LA CORTE

¡Qué noche la del botellón!

Publicado por
FERNANDO ONEGA
León

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LO CONFIESO: me faltó un gramo de valor para presentarme anoche en un macrobotellón. Si hubiera encontrado quien me disimulase las canas, arrugas y otros signos de la edad caduca, os juro que hubiera acudido. Y no como cronista, que eso no tiene mérito, sino como participante activo. Es que no hubo acontecimiento en el último medio siglo que haya sido más publicado, glorificado y mitificado. No hubo periódico que no haya creado expectaci ón, como si fuera otro «partido del siglo». No escuché un programa de radio que no se ocupara del acontecimiento. No he visto un programa de televisión que no hablara de lo mismo. Informativos, tertulias, espacios de entretenimiento han actuado de estímulo, como complemento de las «modelnas» convocatorias por SMS e Internet. Eso sí que es «efecto llamada», y no el que hace la Ley de Extranjería sobre los negritos que vienen de Mauritania. Realmente, había que tener mucha fuerza de voluntad o unos padres muy drásticos para no acudir. Vistos y oídos los medios, se juntaban todos los ingredientes: el del desafío juvenil a los carrozas que criticamos esas cosas; la fuerza de la competición, para demostrar a cuántos jóvenes se puede reunir y qué ciudad gana, como si esto fuera la Copa, que lo es, pero del Rey; el sentido del riesgo, con la invocación de los peligros que acechan a quien se acerca a una botella; la seducción de la fiesta con aire hedonista, con proclamas que parecían de una orgía con alcohol, drogas y sexo¿ Y lo que faltaba, que era la atracción de lo prohibido, lo pusieron las autoridades públicas, ministras y alcaldes, con sus avisos de guardias en alerta y coches patrullas, como si se fuera a producir la esperada invasión de los marcianos en una nueva noche de Orson Welles. Sí, había que tener mucha fuerza de voluntad para no presentarse en el botellón. Si al final no ha tenido éxito, nadie nos podrá culpar a los inteligentes padres de familia, periodistas, políticos, sociólogos, educadores y otras especies de conductores sociales que, encima, quedamos para la chavalada como unos enemigos públicos que criminalizamos sus costumbres o, en palabras de la señora alcaldesa de Vigo, «los tratamos como a delincuentes». Si malo ha sido hacer esta fiesta del botellón, peor ha sido la labor de los mayores. Por eso, tras esta convocatoria, mucho me temo que entre todos hemos consolidado el botellón como hábito. Le hemos dado carta de publicidad ante los jóvenes que no se animaban a participar en ese ritual. Pero que nadie se inquiete. Todavía se puede mejorar. Basta insistir un poco, en los términos que hemos leído y escuchado estos días para darle un valor nuevo: convertir lo en instrumento de conflicto generacional.

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