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Publicado por
FEDERICO ABASCAL
León

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NO HAY recuerdo de otra situación del postfranquismo en la que el mero hecho de gobernar y legislar (incluso un Estatut) hubiera producido en la política catalana tantos agravios. Algunos de esos agravios llegan de fuera, como los juicios lapidarios del ministro Bono sobre Maragall, pero casi todos se originan en casa, en el «oasis» tantas veces admirado y envidiado desde otros territorios. Unas opiniones de Joan Carretero i Grau, consejero de Gobernación de la Generalitat, sobre el presidente Zapatero han disgustado a Maragall hasta el punto de que éste exigiera al opinante una inmediata rectificación o, de la contrario, se atuviera a las consecuencias. El consejero, de momento, se atiene a las consecuencias, amparándose en la libertad de expresión, pues sus palabras fueron dichas a título personal, como miembro de ERC y no del «govern». Y recordaba Carretero, tal vez con la intención de enfriar emociones, que Zapatero no había defendido a Maragall cuando Bono le dirigió unas frases que hubieran exigido fulminante rectificación. Sobre el Estatut dijo Zapatero que iba a aceptarlo tal y como saliera del parlamento catalán, pero como de allí salió rasgando la Constitución por varios puntos, en los debates del Congreso se ha hecho necesario no sólo corregirlo sino casi, en algunos aspectos, reinventarlo. Y como las tres fuerzas de la Generalitat, proponentes junto a CiU del proyecto, no acababan de consensuar las correcciones necesarias, se produjo el encuentro de siete horas entre Zapatero y Artur Mas, representantes de las dos fuerzas mayoritarias de Cataluña, para convertir un borrador de máximos competenciales en un texto diáfanamente constitucional. Y empezaron los celos, no sólo entre socialistas e independentistas sino también dentro de CiU, donde Mas había marginado a Duran Lleida de su negociación en La Moncloa. Pero como no se trata sólo del Estatut sino también del poder, ostentado o apetecido, entre CiU y ERC ha empezado un duelo preelectoral que, dadas las características del oasis, lo ganaría finalmente la moderación, a no ser que ERC lograra revestirse de gendarme moral ante posibles renuncias estatutarias excesivas. También ha empezado el pulso entre ERC y los socialistas, con sugerencias cruzadas sobre continuidad del gobierno tripartito por encima de toda desavenencia o sobre la expulsión de ERC si Carod Rovira decidiese no apoyar, con votos, el Estatut. Será Zapatero, a los ojos del independentismo catalán, un «españolista demagogo», pero a lo largo de tres años de gobierno, Carod se ha mostrado en varias ocasiones como un independentista errático y sin hacerle ascos al populismo.

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