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Publicado por
MANUEL ALCÁNTARA
León

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DESDE que Bush decidió democratizar Oriente Próximo, que es el que le pilla más cerca, han muerto 2.300 compatriotas suyos, todos uniformados, no sin llevarse por delante a 30.000 civiles iraquíes. Casi todos tan pobres que tuvieron que utilizar el turbante como sudario. Muchos muertos desde que decretara la invasión, en vista de los arsenales de armas de destrucción masiva que almacenaba el sanguinario Sadam Husein. Si ahora volviera muchos serían sus escuderos: prefieren que alguien tenga el monopolio del crimen. La estrategia angloamericana ha conseguido que coexistan las dos modalidades más eficaces para matarse mutuamente: la guerra entre invasores e invadidos y la guerra civil. Mientras, el tenebroso jefe del Pentágono, Donald Rumsfeld, declara que abandonar Irak ahora sería como «entregar Alemania a los nazis». La insistencia en el error hace que se petrifiquen las convicciones y a ciertas alturas, que son las que se miden por los muertos apilados unos encima de otros, las rectificaciones son muy difíciles. Para no continuar la mentirosa y horrible guerra sólo hay una solución retrospectiva: no haberla empezado. ¿Cómo pensar que Bush va a dar marcha atrás después de que tanta gente se haya ido con los pies por delante? El amor a la patria es un excelente camuflaje del amor propio. Eso de ser «un hombre de principios», como proclama Bush sus inconvenientes: hay que seguirlos aunque se demuestre que conducen a un final desastroso. Más le valiera seguir el ejemplo de Groucho Marx, que después de exponer sus más sólidas y meditadas teorías, dijo: «Éstos son mis principios, pero si no les gustan tengo otros».

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