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León

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Vine hace tres meses de la República Argentina, después de una estancia de dos meses escasos y, además de haberme quedado impresionado por tan grande y bello país, también llegué encantado por el trato que recibí por parte de sus habitantes: personas cultas y educadas con las que mantuve relaciones dialécticas muy interesantes. Hablando de la situación política en ambos países, mis ocasionales amigos me comentaban con amargura cómo la corrupción de sus militares y políticos había llevado a la bancarrota a uno de los cinco países más ricos del mundo. Sin embargo, estos mismos señores se llevaban las manos a la cabeza, cuando yo les informaba de los usos y abusos de nuestros políticos domésticos de León: los concejales y diputados devenidos. Les comenté el descaro y la desvergüenza (con base, claro está, en la absoluta impunidad de la que disfrutan) utilizados en el latrocinio directo e indirecto del dinero de los contribuyentes, manejando a su lucrativo antojo: la concesión de obras públicas, la designación de proveedores, el arbitrario y escandaloso nepotismo extensible, y lo llamo así porque lo extienden a amiguetes, vecinetes, etcétera, enchufando a la gente más inútil de la provincia en los puestos de trabajo vacantes o inventados, de sus respectivas instituciones, siendo de dominio público que son los mejor remunerados, más estables y «descansados» de toda la provincia de León. Mis interlocutores argentinos me decían que allí, los políticos de tercera división, como éstos, no se habrían atrevido a actuar con ese descaro. Allí, al menos, se guardaban las formas y la corrección y, en cualquier caso, a los parientes enchufados e incompetentes no se los restregaban en las narices a los ciudadanos de a pie, y es que como yo me digo: hasta para corromperse hay clases... Javier F. Hernández ( León) Luis (León; edición digital).